Por Tesa Vigal
‘Deja bailar a los niños’ es un verso de una canción de Bowie. Podría ser uno de los posibles resúmenes del movimiento contracultural de los años 60-70. La importancia decisiva para vivir que supone el conservar el contacto con nuestra parte más libre, la que se asombra, juega, explora, siente igual de natural el lado mágico del mundo y coloca en primer lugar el amor.
‘Deja bailar a los niños’ es un verso de una canción de Bowie. Podría ser uno de los posibles resúmenes del movimiento contracultural de los años 60-70. La importancia decisiva para vivir que supone el conservar el contacto con nuestra parte más libre, la que se asombra, juega, explora, siente igual de natural el lado mágico del mundo y coloca en primer lugar el amor.
En ‘Boyhood’ de Richard Linklater, está el toque, la gracia natural
del juego en su manera de contar el río de la historia de un niño, (desde los seis años a los dieciocho) que va
arrastrando en su camino el poso de la melancolía, de las huellas de la gente
que le rodea, de nuestra memoria personal y selectiva recordando una escena a
nuestra manera. No hay otra. Eso le da sentido y se lo quita al mismo tiempo.
Porque lo que sentimos, al contemplar nuestra historia, es la presencia de un
sentido escurridizo al que no podemos ponerle nombre, o al que llamamos
sinsentido. Quizás no es necesario nombrarlo. Sólo sentir esa sensación de
misterio fundido con lo cotidiano. Y el tiempo desaparece en esta película,
quizás porque es un tiempo real (rodada durante doce años, una semana por año) sobre
el fluir del tiempo (conmovedora la fragilidad que trasmite la forma de
envejecer de los actores, magníficos Ethan Hawke de la trilogía de ‘antes de
amanecer… etc’ y Patricia Arquette) y a pesar de su larga duración se pasa en
un soplo, como la misma vida.
Hablar de libros y películas que me conmueven no
tiene para mí ningún sentido mental, nada que ver con crítica o análisis. Tiene
el sentido vital, incluso urgente dependiendo del momento, de descubrir
puertas, soluciones, evitar trampas, seguir el rastro de la libertad y el amor,
esas palabras amenazadas por tanto manoseo vacío. Eso tan hippy que sigue
agitándose en el centro de nuestras vidas, ya sea desde la búsqueda o el rechazo.
En nuestro día a día tenemos que enfrentarnos con circunstancias diversas, con todas ellas, incluyendo las externas derivadas de leyes, economía, o golpes inesperados, lo
decisivo es la forma de vivirlo.
Si cambia la gente cambia el mundo. Así que supongo que en este blog (y en los otros
dos: www.librosconaliento.blogspot.com y www.peliculasecreta.blogspot.com )
lo que hago es reivindicar directa, o indirectamente, facetas de la
contracultura que siguen vivas y pendientes de realizar y tratar de
experimentar soluciones en estos tiempos de clausura. Oscuros porque no se
mira. Ciegos por el deslumbramiento tecnológico (que en sí mismo es algo
neutral, depende de cómo se use) y la obsesión por la salud del cuerpo.
Cerrados por excluir la imaginación. Mezquinos por la tiranía de la seguridad.
Encadenados por la avaricia. Idiotizados por lo políticamente correcto.
Cobardes por el miedo a lo desconocido. Perdidos por usar la naturaleza al
servicio de lo práctico. Deshumanizados por la vieja idea de que el fin
justifica los medios. Este retroceso evolutivo incluso viene acompañado,
últimamente, del retorno decimonónico de nacionalismos. Como si se volviera a
adorar las fronteras. Yo por mi parte no creo en ellas. Aunque lo más terrible
es el retorno a fundamentalismos dogmáticos (lo opuesto a lo espiritual) en un
regodeo sangriento en la violencia. Si en la época de la contracultura estaba
de moda leer y la gente hablaba de música, películas, libros, maneras de vivir,
auto realización, exploración de conciencia, alternativas de vida en comunidad
y amorosas, ahora la gente habla de tecnología y dinero.
Todo eso es opuesto a la inocencia luminosa y
conmovedora, incluso cuando se tiñe de socarronería, del maravilloso libro de
Manuel Rivas ‘En salvaje compañía’. Yo no viví de niña en el campo, pero en mi
barrio conocí ese tipo de personas auténticas, más allá de las circunstancias
sociales con su peso silencioso gravitando en el aire. Gente como Rosa, la
campesina de alma limpia a pesar de un marido borracho metido en negocios
turbios. Del emigrante retornado a su tierra desde Nueva York, donde construyó
rascacielos junto a otros obreros gallegos e indios. Por eso le llaman
Spiderman y ayuda a Rosa y a sus niños a recoger y curar a una zorra herida en
el bosque, mantiene su viejo amor como un dulce baluarte y sus pisadas huelen a
la poesía de la tierra mojada.
Gracias Manuel por la especialísima sensibilidad de tu forma de contar y la poesía de las heridas o dulzuras que cuentas. Un libro irrepetible.
En esos bosques y las casas cercanas habitan
espíritus de muertos encarnados en animales. Un antiguo cura y un cazador
furtivo prosiguen, como pueden, su evolución dentro del cuerpo de sendos
ratones. Y está Toimil, el cuervo mensajero del rey de Galicia, que surca los
cielos acompañado por sus trescientos cuervos. Testigo de las andanzas de los
habitantes de la comarca. Del descubrimiento repentino, por una niña refugiada
de la lluvia, de luminosas pinturas medievales en la vieja ermita, escondidas
bajo capas de cal blanca, saliendo a la luz con la llamada de la tormenta y su aguacero. Todo ello tan vivo y oloroso como un pan recién hecho.
La misma impresión de ‘Boyhood’, en eso reside
su impresión imborrable. Comes el olor, hueles la tierra, late el tiempo más
allá de ti. Me emocionó al borde de las lágrimas, casi al final, no porque
fuese una escena de llorar, sino por el efecto acumulativo de todo lo que había
sentido viéndola, casi sin darme cuenta. Porque nuestra vida nos pregunta a
nosotros mirándonos en el espejo. Nuestra historia tras décadas de esfuerzos,
obligaciones, desvíos, errores, círculos… Patricia Arquette, encarnando con
enorme humanidad a la madre del niño, llorando el día de su partida a la
universidad no porque se vaya de casa, sino por sentir el desconsuelo de mirar
hacia atrás su vida: “creí que habría algo más…”.
Lo que hay, lo que recordamos
(que no es garantía de objetividad sino todo lo contrario) es una sucesión de
escenas sueltas con diferentes edades, en distintas casas o ciudades, rodeados
de gente apareciendo o disolviéndose, algunas referencias si se tiene suerte, o
etapas solitarias para bien y para mal. En una fluidez empapada que es el
presente, lo único que existe, sobre el que vuela el peso de las huellas de siglos y palpitan en nuestros pasos
cientos de respuestas, sin acabar de encontrar las preguntas correspondientes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario