sábado, 28 de noviembre de 2015

un corte que no sangra+Taxi Teherán+Yo, él y Raquel


Por Tesa Vigal

Ese título, 'un corte que no sangra', que apunta a un dolor inquietante, lo oí en la radio, en un programa literario empezado, a través de la voz del autor del poemario, José Luis Gómez Toré, recitando algunos de sus versos. "¡Un poeta!", sentí al escucharlo y al día siguiente lo busqué en una librería, porque un poeta no se cruza en mi camino todos los días, aunque haya un montón de gente que escribe poemas. Lo digo porque a mí me parece obvio, pero a otros no. 



La poesía te acerca, peligrosamente, a ti y al mundo, más allá de sus datos, asombrando, inquietando, revelando, estremeciendo... Suele ir acompañada de vértigo y es lo más alejado de lo tópico y de lo superficial en que se basa lo cursi. Es decir, su flecha se dirige y surge de lo profundo, crea escaleras, fusiona mundos, da la vuelta a los guantes y, como diría Alexandre: "la poesía es conocimiento implacable". O en frase de Hördelin o Hoffman (no recuerdo ahora cuál de los dos): "la poesía es el presentimiento de lo infinito". La poesía tampoco está relacionada con la erudición, sino con la sensibilidad, como diría Henry Miller.

Como muestra del buceo asombroso de este pequeño poemario, cito algunos de sus versos:
"Las palabras que no quieren arder conservan un rescoldo, el riesgo de la llama y la ceniza". "Pero un tacto persiste. / Como rozar de pronto un límite incendiado". "El animal inmóvil/ dicta una pausa al tiempo.". "La vida es la celada en que caemos". 



Este mes también he visto dos interesantes películas que recomiendo. Aunque no lleguen a ser memorables me parecieron especiales y conmovedoras por su humilde encanto triste. Una es 'Taxi Teherán, ganadora del festival de Berlín 2015, de Jafar Panahi, que es también el taxista de la película. con un planteamiento cotidiano nacido de la situación clandestina de su director, a cuyo taxi van subiendo surrealistas personas entrañables, como dos mujeres con un pez rojo en la redonda pecera, que necesitan llegar a un manantial antes de las 12 del mediodía para no morir. Así lo dicta su temerosa superstición de la que no llegamos a conocer los motivos. 

El enano "camello" de cine

O un enano que vende clandestinamente los vídeos de las pelis occidentales prohibidas en Irán, a modo de camello del cine. O la abogada que visita a familiares de presos políticos, por lo que ha sido expulsada del ejercicio de su profesión, de manera similar al director taxista, salido de la cárcel en el 2010 con la prohibición de volver a rodar, salir del país, o comentar públicamente sus películas. 



Lo más conmovedor, incluso a veces desconcertante, es su serena sonrisa al volante, marcando la diferencia entre resignación y aceptación. Y sentí una inmensa melancolía ante su sobrina, una niña de unos diez años, que recoge a la salida del cole, ya con su pañuelo islámico y sus brazos cubiertos con correcta manga larga, que no se separa de su cámara de vídeo, charlando con naturalidad con su tío sobre las directrices dadas por su profesora para el vídeo que tienen que hacer en clase: velo islámico, los buenos llevarán barba, los malos llevarán corbata y la necesidad de distinguir entre cosas terribles y reales. Este último punto la niña no lo entiende. Yo tampoco.

Algunas de las versiones caseras de los chavales
de pelis míticas
Parecido aire de inocencia reivindicada, algo muy distinto de la ingenuidad (sí, hay que hilar fino...) está también presente en la película premiada en Sundance 'Yo, él y Raquel', de Alfonso Gómez Rejón. Por un lado, los entrañables chavales del instituto protagonistas, que hacen curiosas revisiones caseras, a modo de personales homenajes artesanales, de películas míticas, (por ejemplo 'Apocalypse now', 'los 400 golpes'...), interpretando ellos mismos a los personajes y añadiendo partes animadas. 


Por otro lado traban amistad con otra chica del instituto que tiene cáncer (el título auténtico de la peli es 'Yo, Earl y la chica moribunda') y comienza una historia de acercamiento cotidiano con la muerte que tiñe de melancolía a contrapelo cualquier detalle, incluso la cara de un gato. A contrapelo porque los tres comen helados en la calle sin decir que sólo existe el presente, pero viviéndolo de manera inevitable. Porque lo único firme que tienen es su torpe sinceridad, sus incómodos buenos deseos que no pegan con la ironía adolescente, su inútil necesidad de comprender la vida. 

Esa manera de trasmitir sensaciones sin mencionarlas, salvo en un par de momentos, me recordó a ciertas pelis de Rhomer tan jóvenes, tan cotidianas, tan perplejas... Ninguna de estas dos pelis es una comedia, ni tampoco un drama. Me parece que son historias en el filo sin darle importancia, ni siquiera con el recurso de poderlas etiquetar. Es más, poniendo en evidencia que eso no es necesario.