lunes, 26 de mayo de 2014

Documental Antonio Vega, meditación oriental, Irlanda


Por Tesa Vigal

Escribo en una terraza de Malasaña, bajo un sol dulce entre nubes cruzadas en un azul pálido. Vengo de votar aquí al lado, en el instituto Lope de Vega. No sé dónde quiero llegar, sólo ser, y mis sensaciones del documental sobre Antonio Vega revolotean sobre mí, con más insistencia al estar en el barrio de su bar preferido, el Penta. Se mezclan con las impresiones estimulantes de los dos últimos libros que he leído y el resultado es algo turbador.


El misterio se desenrosca en todos los caminos y no hay ninguno mejor que otro, tan sólo son caminos propios o ajenos.
Antes de salir de casa he acabado un libro de viajes de Javier Reverte, "Canta Irlanda". No me gusta ese género porque prefiero descubrir los sitios a mi aire, pero éste hablaba de mi querida Irlanda y al tropezarme con él en la biblioteca tuve curiosidad por su visión personal. Algo muy especial me pasa con la isla esmeralda, porque leyendo la parte sobre la salvaje costa oeste me emocioné de nuevo, igual que cuando el viento fuerte y limpio me daba allí en la cara y alborotaba mi pelo hasta el caos, hace dos veranos.

A Reverte también le fascina el constante olor a mar y a hierba y el amor de los irlandeses por la poesía y escritores en general, por la música y el baile. No comparto su admiración por el 'Ulises' de Joyce, sino por su libro de relatos "Dublineses", llevado al cine de manera impresionante por John Huston en su última película "Los muertos" (foto abajo).


En sus páginas he descubierto un montón de información sobre la historia tremenda y trágica de Irlanda, entre hambrunas, pobreza y masacres inglesas. Así que no me extrañó la divertida anécdota que cuenta sobre el pub de un pueblecito de la costa oeste, creo que del condado de Sligo tan querido por el poeta Yeats. Se corrió la voz de que había un español en el pub, Reverte, y todos empezaron a brindar por Felipe II y su armada invencible. Me quedo con su héroe pacifista O'Connell, a quien admiraba Gandhi. Tras una de las rebeliones irlandesas sangrientas, en las que siempre perdían, dijo: "No hay ningún cambio político del tipo que sea que merezca que se vierta una gota de sangre humana".

Así que me han dado ganas de volver pronto por allí, a escuchar la música espontánea, sin escenario alguno, que surge en sus bares. Y volver a respirar el poso de leyendas en el aire y las huellas en sus bosques de duendes y hadas, tan queridos por el poeta Yeats y por mí.
Músicos pub en la costa oeste, en Sligo
 


Lo creativo surge del inconsciente (lo laborioso y la técnica se añaden después a su servicio) y resulta curioso que esa dimensión, fuente vital, sea la misma a la que parece apuntar la meditación oriental. Hace un par de semanas leí un pequeño librito, físicamente la mitad de centímetros de un libro normal, sobre el tema. De Pablo D'Ors "Biografía del silencio".
Me encantó la actitud que rezuman sus páginas de alegría, aventura, libertad. Su referencia a la costumbre de llenar el tiempo (recordé esa expresión tan deprimente de 'matar el tiempo') en lugar de vivirlo. 
Meditar no es reflexionar, sino lo opuesto, dejar que los pensamientos surjan (es inevitable) sin pararnos en ellos, enfocando al silencio, observando sin juzgar. Con el asombro y la entrega de un niño.


Algunas frases que subrayé sobre su experiencia personal con la meditación oriental y sus efectos:
"El dedo que señala termina por darse la vuelta y apuntarnos".
"Para escribir, como para vivir o para amar, no hay que apretar, sino soltar".
"Todo sin excepción puede ser una aventura".
Con la meditación se aprende a "estar en el lugar que se está, pero plenamente. Para explorarlo. Para ver lo que da de sí".
"Tanto el arte como la meditación nacen siempre de la entrega; nunca del esfuerzo. Y lo mismo sucede con el amor".
"Ponerse en disposición para que algo pueda hacerse por mediación tuya, pero no hacerlo directamente, forzando su arranque, desarrollo o culminación".
"La situación -sea cual sea- no es el problema, sino que el problema es mi idea sobre la misma".
"Mirar algo no lo cambia, pero nos cambia a nosotros".
"Meditar ayuda a no tomarse a sí mismo tan en serio".
"El camino es la meta".
"En el budismo zen el mejor modo para ayudar a los demás es siendo uno mismo". 
También recuerdo la forma de nombrar a la meditación de David Lynch, el director de cine, que da título a su libro: "Atrapa el pez dorado". Lo leí hace meses y no me extrañó que una persona tan buscadora y poética como él llevara treinta años practicando la meditación, sumergiéndose en el bosque del centro del ser humano, de donde surge la libertad, por debajo de nuestros personajes, neuras y máscaras. 


En busca del pez dorado. De ahí la curiosa impresión que me produjo ayer el documental sobre Antonio Vega. La parte de su vida que estuvo inmersa en una adicción es opuesta a la libertad y sin embargo las sensaciones de su actitud vital, su música y sus letras parecían provenir de una motivación parecida. Mejor dicho apuntaban a lo mismo desde diferentes caminos. Lo absurdo de juzgar a alguien (sin antes haber caminado varios días dentro de sus mocasines, como dirían los indios sioux). El misterio palpitando en cada manera de vivir, incluso en las auto destructivas como puede ser la adicción de Antonio Vega que seguramente le llevó a su muerte, hace ahora cuatro o cinco años. La fuente de la poesía y la música. La belleza insondable de las estrellas, de las galaxias que tanto le fascinaban desde pequeño. La fragilidad que le hacía fuerte. La entrega a un camino. Su fascinación por los gatos. La ternura de sus gestos. Las escenas que aparecen de la peli de culto "Arrebato" (hablé de ella en http://www.peliculasecreta.blogspot.com)

El dato que cuenta su madre, que nunca apreció su música, sobre su costumbre de trepar por las puertas de pequeño. La sensación que daban sus familiares y colegas músicos de no acabar de entender a Antonio, sintiéndose conmovidos por él. El plano del alcalde inolvidable Tierno Galván diciendo eso de: "y vosotros rockeros colocaros y al loro". Las palabras de Antonio diciéndole a alguien que nuestra misión, la de todos, es la de ser vectores de la vida.


Se me ocurrió que con una adicción quizá se busca también atrapar al pez dorado. Lo conmovedor, lo triste es que se busca aferrando algo desesperadamente. Y aferrarse es forzar la vida en una única dirección. Haciendo imposible vivir el aquí y ahora de la meditación oriental, con el que me siento de acuerdo. Lo contrario de la libertad. Pero, una vez más, ¿quién soy yo para juzgar? ¿no hacemos todos lo que podemos? 

Me quedo con la música tan especial de Antonio Vega y con sus versos. Por ejemplo: "Bienvenido a la oscuridad donde la luz no deja de brillar" (de su canción 'Vapor') y de la misma: "eres una llave". O este otro: "cierto como imaginar". Me quedé inmersa a la salida por una tristeza ambivalente. Conmovida por nuestra fragilidad, por nuestra torpeza para usar nuestras alas, o por ignorar que las tenemos.

A la salida del cine me tomé una cervecita en la terraza de la librería 8 y medio, con los recuerdos mezclados de lo que he contado aquí. Dejando que ocuparan su lugar y volcándome en el aquí y ahora.

Que acabe David Lynch con unas frases del final de su libro: "... se dice que cuando caminas hacia la luz, a cada paso que das, las cosas brillan más... Y creo que estimular la unidad en el mundo traerá la paz a esta tierra. Así que: paz para todos".