sábado, 6 de octubre de 2018

El vértigo lento de 'Stop time' de Frank Conroy y la impresionante 'The rider'

Por Tesa Vigal




Primero la impresionante peli 'The rider', ópera prima de Clhoé Zhao. Por sus silencios bajo
el cielo enorme. Por la mirada de Brady Jandreau (interpretando al joven jinete cuya triste peripecia refleja la peli) contemplándolo en una fusión total. Por su sobriedad sobrecogedora hablando de soñadores. Esa gente que va más allá de dedicarse a lo que le gusta, sin poder evitarlo, quedándose sin rumbo ni base cuando le falta, porque esa actividad (que puede ser cualquiera) era su vida. Y los demás los contemplan con lástima porque, además del accidente que les ha dejado inútiles físicamente para realizarlo, no llegan a comprender esa manera de vivir tan intensa como excepcional. 

Por la conmovedora escena ante la hoguera nocturna con sus amigos, rezando por otro accidentado en el rodeo que se ha quedado paralítico y sin habla, no sólo con una placa de metal en el cerebro como el protagonista. Por su conexión casi mágica con los caballos. Por su hermana, una quinceañera discapacitada mental con asombrosa libertad intuitiva, que se niega a llevar sujetador y a comer otra cosa que no sea fruta. Por las visitas al paralítico de 19 años, haciéndole recordar el viento en la cara cuando galopaban. Por la enorme tristeza que transmite la escena en que el chico trata de dedicarse a otra cosa y lo vemos colocando productos en un estante del supermercado. Por su música callada. Por esas zonas de la vida, en cualquier lugar y tiempo (aunque se trate de un sitio tan concreto como las grandes praderas de Estados Unidos) donde las gentes que viven allí lo hacen a su manera, al margen de modas o imperativos sensatos. Por sus personajes sencillos, profundos como pozos. Gente que huele a lluvia, a yerba, a sueños infantiles.   

Primero bis el descubrimiento del libro de Frank Conroy 'Stop time'. Aquí repito la reseña que he escrito en el blog libros con aliento. 



Vértigo de sensaciones envueltas en el tiempo detenido (quizás de ahí el título) de la infancia y adolescencia. Pocas veces he contemplado, fascinada, ese despliegue del instante en una historia personal. Porque, cuando se mira el pasado como una historia, cambia la visión revelando su sentido, aunque no entendiéramos entonces lo que sucedía. En este caso la infancia y adolescencia del autor, Frank Conroy (1936-2005), tan turbulentas como laberínticas, de esas que exigen preguntas al viento, aunque no todos los que las viven traten de responderlas explorando en ellas. 

En la infancia no hay teorías previas, sino una inmersión absoluta, para bien y para mal, en el aquí y ahora. Por eso saltan a flor de piel los pasos emocionales, los recorridos misteriosos, las repentinas decisiones y ciertas imágenes devoradoras. Se recuerda de una escena la corriente de aire sobre una mano, una luz solitaria, lo glorioso de correr entre los árboles en compañía de un amigo, una carretera nocturna haciendo auto stop mientras la libertad nos interroga. Se revive lo sentido, lo captado, lejos aún de la traducción del adulto a una línea temporal de hechos y datos. Eso todavía no existe y por eso la vida es tan implacable como plena y misteriosa. 

Días de dolor que no se comprende, soledad en compañía, magia de luces y caras desconocidas, aunque a veces sean las de un familiar, preguntas sin respuesta posible, sed escéptica de cariño, rarezas atractivas, rarezas peligrosas. 


El escepticismo es sinónimo de duda, no de negación, o desconfianza. La desconfianza implica no fiarse de nadie. Escepticismo es dudar, estar abierto a la respuesta de la gente, que puede ser positiva o negativa. Alegrarse de lo bueno y sentir lo menos posible lo malo, porque llueve sobre mojado. Esta es la actitud de Frank. También en lo laboral, metiéndose en trabajos peregrinos (limpiar un sucio laboratorio, recoger bolos en una bolera) instalado en el instante. Tomando cariño a unos y huyendo de otros, incluso cuando lo necesita urgentemente. Pero en él lo urgente es sinónimo del instante, como sus repentinas decisiones que surgen libre, y a veces locamente, Por ejemplo marcharse de Nueva York, volver a Florida haciendo dedo y dirigirse de inmediato a la carretera más cercana con las manos vacías, porque lo importante es respirar otro aire, escapar de su fría e inestable familia, de la ausencia de dinero, de cariño, de apoyo. 

Siempre constata sus momentos cobardes, dominados por el miedo. Como al perder la virginidad, casi sin darse cuenta, con la misma incomprensión lúdica que en su infancia. Y el temor paralizante ante los sentimientos intensos con una chica más tarde, tras un viaje en barco a los 17 para ver a sus abuelos en Dinamarca, donde se le ocurre tirarse por la borda para sentir la insólita soledad en el mar nocturno. Pasa alguien a su lado y no lo hace. En ese viaje lo vemos ya tocando jazz al piano, sin haber estudiado música, y nos parece algo inevitable por su constante improvisación vital de hondos sentimientos y gestos juguetones.


Como si su padre, muerto cuando era un niño, y apenas entrevisto entre sus estancias en sanatorios psiquiátricos, se hubiera quedado con la locura y él, su hijo, se hubiera quedado con la senda subterránea que a veces surge creativa, otras traviesa, alguna peligrosamente profunda y otra inmersa en la exploración, Siempre conservando su captación de presagios de la infancia. La carta de admisión de una universidad la percibe como la posibilidad y la indicación ineludible de que puede romper con el pasado y empezar otra vida. En esta frase: "La vida se tiñó de un brillo alucinado". Luego viene el derrumbe de su hermana mayor, que hasta entonces había reaccionado al desbarajuste familiar con enorme sensatez y eficacia, convirtiéndose en una adulta-niña, pidiendo abrazos, acurrucándose en el sofá.

Y el capítulo epílogo salta diez años después de entrar en la universidad, con una de sus repentinas, rotundas decisiones, con el ánimo exaltado de alguien desbordado de alegría. Sólo que la decisión es estrellar su coche contra una fuente piedra y morir. A punto de empezar una gran aventura. Pero un contratiempo fortuito lo impide. El mundo ha movido ficha y viene su frase final, quizás el perfecto resumen de este libro de sutilidad escurridiza: "Con la garganta ardiendo por la bilis, me eché a reír".   

domingo, 24 de junio de 2018

Por qué me fascinan los dioses griegos

Por Tesa Vigal


Quizás porque son muy humanos y hacen mítica nuestra vida. Tan humanos que todos somos dioses cuando vivimos lo que sea como una aventura. Un recorrido en busca de nosotros mismos, es decir de la libertad. Será entonces nuestra vida, aunque puedas pasarlo fatal, o no, pero el gozo de la propia expresión, única para cada persona, no tiene precio. Y la liberación se funde con la humildad, la humildad con la empatía, la empatía con el misterio de este mundo enorme donde hemos aparecido. 
Desatados, sensuales, dionisíacos (ver más abajo) eran los dioses y mitos paganos antes de llegar las siguientes religiones dogmáticas. No existían libros "revelados" y de sus leyendas hablaban los poetas en busca del misterio de la naturaleza. A modo de sueño secreto de gente más libre. Por eso sus personajes mitológicos, ya fueran héroes, humanos "normales" o dioses, eran laberínticos, contradictorios, racionales o mágicos, ascéticos o apasionados, tiernos, violentos o sensibles.

Puede que ahí resida el misterio de su existencia tan “humana”, y esa característica, usada contra ellos por la siguiente religión cristiana para desprestigiarlos, es la medida de su grandeza. Supongo que no entendieron que se trataba de investigar la naturaleza humana y encontrar su sentido, no de modelos a imitar. Siguiendo esa impresión, si se les imagina pura energía de diversos tipos, a las que el ser humano puede conectarse a lo largo de su vida, tiene cabida el viaje interior, nuestras peripecias como un proceso evolutivo del que también se habla en sus mitos. 
Pintura de H. Rousseau

El “detective” Freud ya descubrió en ellos una fuente inagotable que explicaba el actuar humano. Pero fue su discípulo rebelde, Jung, quien ahondó más en ellos, convirtiéndolos en arquetipos, símbolos vivos del proceso de individuación. La mitología trataría de encontrar la luz de la oscuridad y a la inversa, y así descubrir su sabiduría. A veces evidente, a veces subterránea o laberíntica, como un perfume de rastro y efecto sutil.

Curioso que dioses y humanos están sometidos al Hado, el destino misterioso que les englobaría a ambos y que, para más complicación, en ocasiones es inmutable y en otras puede modificarse.

En esa visión mítica todo tiene alma: incluso lugares, situaciones, recorridos… y grutas, mares, tormentas, bosques, astros, montañas se comunican con los más soñadores, los sensibles, los más libres de los humanos que, sedientos de vida e inconformistas ante una realidad recortada, poblaban toda la naturaleza de espíritus inmersos en ella. 

Pintura de Waterhouse

Las ninfas lo son del agua dulce, de bosques y montañas. Las nereidas, sirenas y tritones del mar. Espíritus que han persistido como Elementales de la naturaleza en todas las historias de hadas y duendes. Los sátiros son seres de naturaleza compleja, en la que participa también la animal, por eso tienen pezuñas de cabra (y los centauros torso humano y cuerpo de caballo). 

Al demonizarlos, la religión cristiana convirtió su imagen en la del diablo. Incluso el jefe de los sátiros, el gran Pan, tiene además dos cuernos en la cabeza y dada su naturaleza extrema es hijo de Dionisos. Los cuernos, sin embargo, son un atributo lunar de las fases creciente y menguante del lado femenino de la naturaleza. Al igual que duendes y hadas, Pan se enfurecía si se le molestaba provocando el sentimiento (derivado de su nombre) del pánico. Pan es un dios de curación y crecimiento. Tiene además otra curiosa característica, refleja a todo el que le mira y de ahí el peligro de su mirada cuando uno no quiere conocerse y huye de sí mismo (algo fundamental para crecer). 



Venus de Boticcelli

Al principio era el Caos, del que surgieron la Tierra (Gea), madre de todos los dioses. Eros, el principio universal del amor, y el sombrío Tártaro (la región de los muertos). Desde el comienzo aparece el número 9, múltiple del 3, número “femenino” (entendiéndolo como lunar, nocturno, interior, el lado instintivo, emotivo, intuitivo y sensible de los seres humanos) por las tres fases de la Luna. La diosa Hécate es el lado letal de la naturaleza, que correspondería con la fase de luna menguante-nueva, la invisible, la oscura. Afrodita (el amor, la belleza, la generosidad y la sensualidad) sería la luna llena, y Artemisa (la integridad, banalizada más tarde como pureza física, virginidad) la luna creciente. 

Artemisa
Sólo con un dato aludieron a la complejidad de miles de libros, películas, ensayos y poemas sobre el amor. Sería éste: Eros, aunque también existía desde el principio, era hijo de Afrodita y Ares (Marte para los romanos). El erotismo hijo del amor y de la guerra. Y añadían que Psiquis (el alma) fue la amante de Eros. Su felicidad era perfecta, pero él había puesto una condición. La de que Psiquis jamás trataría de descubrir su rostro, la identidad de aquel joven amante, que cada noche se reunía misteriosamente con ella sin decir nunca su nombre, deslizándose entre las sombras poco antes de amanecer. Pero Psiquis curiosa rompió una noche su promesa. Iluminó con una lámpara la cara de su enamorado y entonces Eros huyó.

¿Más sobre el amor? Quizás esta otra historia: Aquiles durante el asedio a Troya, lucha en plena batalla con la reina de las Amazonas. De repente, al clavarse su espada en el cuerpo de Camilla, sus ojos encontraron los de aquella mujer que moría por su mano en ese instante. Y Aquiles sintió con terror que el amor, desgraciadamente, había entrado en él. Pero Camilla, vencida, yacía muerta a sus pies. Y es que Eros es enigmático y resbaladizo, complejo y profundo, inesperado, incomprensible, inconsciente... Y ambiguo. Con sus flechas de punta de oro provoca la pasión arrebatadora, pero con las de punta de plomo causa la incapacidad de amar.

Dionisos
Y para enigma el del dios Dionisos, la energía que funde naturalezas yendo más allá de los límites de cada una. Es el iluminador por medio de la transgresión y el exceso, de los estados alterados de conciencia, del éxtasis y el estado arrebatado. Es el dios bisexuado, el superador del mundo, el que fomenta la trascendencia, el ir más allá. Es el que posibilita la fusión de animales-humanos-dioses y esa unión es la característica de toda edad de oro mitológica: borrar distancias, fusión total. Señor de los animales salvajes. Dios de la alegría sin propósito, del delirio, de la sabiduría que funde luz y oscuridad, del frenesí, el integrador de contradicciones, la pura emoción, el abandono del sentido del ego. Es también el dios que es sacrificado y comido (que luego retomará también el cristianismo) y luego resucitado. Representa por tanto el más allá de la vida y la muerte. Y es especialmente rico en cuanto simbología evolutiva, no sólo por su capacidad de resurrección, sino porque enloquecía a todo el que se negara a reconocer y vivir su lado instintivo y emocional. Nada que ver, como se ve, con la simplificación pedestre de los romanos que le convirtieron en el dios Baco patrón de las borracheras. Sin comentarios...

Prometeo es otro curioso personaje. Se pone de parte de los humanos y los ayuda regalándolos un don inapreciable: el fuego, que por otra parte tiene efectos ambivalentes. Por un lado, es destructor y por otro purificador y dador de calor y vida. De ahí los ritos de las hogueras en el solsticio de verano. Es el personaje rebelde, símbolo muy extendido y enigmático porque roza el misterio del destino, ese destino que unas veces es inamovible y otras no. Es en estas últimas donde cabe la rebeldía, una necesidad evolutiva en busca de sabiduría, pericia, posibilidades. Una exploración de los propios límites al tratar de superarlos. Prometeo será por ello castigado por los dioses, pero finalmente será liberado por el héroe de una de sus sagas, Heracles, el Hércules romano.

Isla de Ítaca
Y todo humano debe recorrer su particular odisea para encontrar su lugar. Como en el viaje relatado por Homero, la Odisea, cuyo protagonista Ulises-Odiseo debe vencer y superar multitud de situaciones y conflictos para llegar a “casa”. A uno mismo. Entre otras peripecias imprescindibles debe atravesar el infierno (como también lo hará Orfeo el músico) para volver a la luz.

Y no me resisto a citar a otros dos personajes, esta vez históricos, porque cada uno a su manera tienen aire legendario: Schliemann por un lado y Alejandro magno por otro. Schliemann era un alemán enamorado de la Grecia clásica. Hasta el punto de abandonar su trabajo y venderlo todo para cumplir su sueño: descubrir Troya, la ciudad que la arqueología y la historia ortodoxa afirmaban que era sólo leyenda. Y lo logró, encontrándola justo donde Homero la situó.

Y Alejandro, ese hombre atípico porque no me parece un guerrero, aunque conquistara territorios, sino un soñador. En cualquier caso eso es lo que me atrae de él. Recomiendo la fascinante biografía novelada, basada en su vida contradictoria “El muchacho persa” de Mary Renauld. Alguien excesivo y místico. Lo siguiente es lo que escribí sobre él en una revista, “Mandrágora y el pirata”, hace muchos años:

Alejandro
Soñó y trasladó sus sueños a la realidad. Eso hizo cuando, al llegar frente a la tumba de su héroe Aquiles, bajó del caballo y miró la luna entre un silencio sin tiempo y una brisa fuerte que recordaba al mar. Se acercó después lentamente. Parecía temer cualquier interrupción que sus pasos produjeran en el aire. Al llegar junto a la tumba, un rayo de luna cruzó los rizos rebeldes que cubrían su frente, subió su mano derecha y con decisión abrió el broche de su túnica que cayó al suelo enseguida. Su cuerpo desnudo brilló entre las sombras de la noche que resbalaban sobre su piel de 21 años.

Allí, muy cerca, parpadeaba tranquilo el campamento salpicado de fogatas y, a su lado, una mano le tendió con rapidez la antorcha pedida. Aferrándola con fuerza comenzó a bailar alrededor de la tumba. Primero lento, lento. Luego, dejando que toda la pasión contenida en sus ojos oscuros y su pelo enredado le envolviera por completo. Al otro lado de la llanura, un caminante observó con temor la escena, creyendo haber sorprendido la intimidad de algún espíritu extraño. Y de repente aquel grito: “Afortunado Aquiles, porque fuiste querido por un amigo fiel y celebrado por un gran poeta” 

La llama crepitaba contagiada por la danza, el sudor resbalaba como el más íntimo de los ríos. Entonces, una ligera nube procedente del norte ocultó la luna. Alejandro se dejó caer al suelo, besó la tierra y allí se quedó inmóvil, largo rato. Soñando con lejanos palacios de arena dorada, telas suaves de colores extraños, idiomas desconocidos, noches de insomnio junto a una copa de plata, el vino persa mezclándose en su sangre, mares inmensos, desiertos lejanos, brazos amantes. Y sonrió.

Y tras esa escena auténtica, aunque sea legendaria, termino con una anécdota mía. Hace mucho tiempo, cuando dormía en mi saco de dormir sobre cubierta, durante un viaje a Grecia, me desperté cuando el barco pasaba junto a la isla de Ítaca (poeta Kavafis: la meta es el camino), me apoyé en la barandilla y me emocioné pensando en los dioses. Les saludé, les llamé. Les dije: “Estoy aquí y creo en vosotros”.

jueves, 8 de febrero de 2018

Premios Goya a películas especiales. Y el linchamiento a Allen

Por Tesa Vigal


La librería
El sueño de 'La librería', de Isabel Coixet. Hay otras 2 pelis de ella que me fascinaron: 'Mi vida sin mí' y 'Cosas que nunca te dije' de la que hablé en el blog de cine. Ésta no, a pesar de una escena prodigiosa junto al mar, con dos personas de pie (enormes Bill Nighy y Emily Mortimer) más juntas de lo que están físicamente allí, ajenas al viento y al tiempo, dejando que se noten sus sentimientos en ese momento desbordante porque ninguno los nombra. Sin embargo, el resto me supo a poco, como si sólo se arañara la superficie del sueño de la protagonista y de la rabia enfrentada a ella por parte de quien ya no sabe soñar y no soporta que otros lo hagan.


Handia
La magia de 'Handia', de Aitor Arregi y Jon Garaño me atrapó con su atmósfera envolvente, la belleza insondable de la niebla, dentro y fuera, la poderosa inocencia en la mirada de un lobo, el misterio de ser diferente, un gigante en esta historia, y cómo vivir esa condena para que no lo sea. Estremecedora la escena en la que el enorme gigante (premio Goya como actor revelación a Eneko Sagardoy) murmura que oye a sus huesos seguir creciendo, sin cesar, y cuando estalla su desesperación, solitaria sin remedio, rezando, pidiendo que por favor deje de crecer. La ambivalencia entrelazada en los dos hermanos de la culpa y el apoyo. Ese padre silencioso que no admite sus decisiones. La reunión tímida, perpleja, de los gigantes entre las piedras de Stonehenge. La escena con la reina infantil, Isabel II, poniendo en evidencia la perplejidad ante lo extraordinario y su calificación como fenómeno de feria. La lucha del gigante para convertir su exhibición en orgullo, sin lograr otra cosa que dinero, ambigüedad, y de nuevo soledad en compañía diaria con la naturaleza misteriosa del mundo. 


Muchos hijos, un mono y un castillo

El caos del documental atípico 'Muchos hijos, un mono y un castillo', de Gustavo Salmerón, con la deliciosa, delirante superficialidad de su enorme protagonista. registrando y buceando en sus sueños inocentes que le dan título, aunque sin profundizar en la agobiante manía de guardarlo todo. Su director-hijo elije el lado más surrealista, ese surgido de la fusión de sus manías, ocurrencias y frases con natural fluidez. Especial y divertido documental. 

La portentosa ambivalencia de 'Verano del 93', de Carla Simón, reflejando esa desesperada naturalidad, de apariencia sencilla, con la que a veces los niños tenemos que vivir lo que hay sin llegar a comprenderlo. Al menos, en mi infancia viví ese torbellino emocional sin nombre, sin referencias, flotando en el viento silencioso del misterio y traducido hacia fuera en una instintiva expresión resultante de la fusión involuntaria de tantos nudos e hilos en el
interior.
Verano del 93
Tanta complejidad hecha sencillez automática, es precisamente el logro fascinante de esta peli y quizá se refleja de manera inquietante en la última escena, cuando la niña pasa de la risa a unas lágrimas tristes, tristes, que quieren ocupar su lugar.  


Lo perverso de 'El autor', de Manuel Martín Cuenca, porque su protagonista (premiado justamente Javier Gutiérrez) y esa mirada de pozo oscuro en ciertos momentos quiere ser autor sin serlo y por eso necesita demostrarlo desesperadamente, aunque sea pisoteando a todos los que puede utilizar para conseguirlo. Ignorando que un artista no elige serlo, no puede evitar crear. Sobre ello hablé en el blog de cine. 




Y ahora mencionaré dos joyas del cine, a raíz del linchamiento a Woody Allen: '12 hombres sin piedad' de Sidney Lumet y 'La calumnia' de William Willer. Condenado rápidamente por muchos nombres del cine ante el recuerdo de la acusación gravísima, (ya investigada en su momento, años 90, y resuelta declarándolo inocente), y por eso mismo necesitando pruebas concluyentes que no existen. Todo empezó con la acusación de una niña, poco después de la separación de sus padres, cuya madre Mia Farrow demostró una rabia alargada por su amor propio herido al haber sido dejada por una chica joven. Esto, en sí, sugiere venganza, una posible utilización de los hijos, bastante extendida en los casos de divorcio. Un posible envenenamiento de su hija contra su padre que acabó en los tribunales, con una sentencia de inocencia de Allen. Ahora la niña, ya adulta, se ha limitado a repetir su acusación ante los medios de comunicación, cosa que también huele sospechosa, publicitarse y de paso subirse al carro del linchamiento inmediato contra cualquiera mínimamente sospechoso. Una actitud penosa, precisamente por la gravedad de las acusaciones, inadmisibles cuando son ciertas, horrorosas, una de las peores cosas que le pueden pasar a un niño. Precisamente por ello, no puede acusarse a nadie de algo así sin pruebas. 
Diane Keaton


Además, están sus películas. El tema de la diferencia o armonía entre un autor y su obra tiene dos vertientes para mí. En los casos de ideologías indeseables pero obras memorables, sencillamente es mejor quedarse con la obra y no hacerse amigo del autor. En este caso es diferente. Porque lo más íntimo de un artista está en sus obras y nada hay en las películas de Allen que apunte a un tipo de persona abusadora. Yo diría que todo lo contrario. Por todo ello creo que se merece la duda antes de la condena. Menciono por eso la valentía de su ex pareja y amiga Diane Keaton apoyando a Woody: "Es mi amigo y creo en él".

He recordado 2 pelis memorables a raíz de esta situación. En una, 'La calumnia' de William Willer, insólita porque trataba el tema de la homosexualidad en tiempos en que era inadmisible (primeros 60). Con unas enormes interpretaciones de Shirley MacLaine y Audary Hepburn  , a lo que se suma el inquietante tema de la crueldad que a veces tienen los niños, en este caso una niña mimada que no soporta ver contrariados sus deseos y miente y calumnia en una venganza automática, lo que pone un toque inquietante a la historia, además de revelar la toma de conciencia emotiva de una de sus protagonistas.

La calumnia


La otra es la estremecedora '12 hombres sin piedad' de Sidney Lumet, con un inolvidable Henry Fonda. Los jurados de un juicio contra un chaval acusado de matar a su padre están convencidos de su culpa, sin querer profundizar en las supuestas evidencias que parecen condenarlo, nada menos que a la pena de muerte. Pero a ellos les da igual, ni siquiera piensan en la posibilidad de estar equivocados. Tienen sus vidas ocupadas a las que están deseando retornar y, sobre todo, se sienten respaldados por su respectivas ideologías y prejuicios. Por eso se sorprenden de la actitud de uno de ellos reconociendo sus dudas y poniéndolas sobre la mesa para analizarlas lo más posible, dada la gravedad de la acusación y su consecuencia de una pena de muerte.

I
12 hombres sin piedad
ncluso reaccionan agresivamente con él porque cuestiona su rápida visión "justa". Más allá de situaciones graves, ésta peli pone en evidencia la frivolidad con la que condenamos y etiquetamos a cualquiera, alimentando así la incomunicación entre seres humanos. Y hay otro punto, relacionado con esto, cuando la etiqueta se aplica a colectivos con el mismo resultado. Pasar de las personas, esa actitud que en los casos más graves es la base de cualquier guerra. "Enemigos" es una etiqueta despersonalizadora.  


Por favor, personas. Como decía la gran Simone de Beauvoir en 'El segundo sexo' (que debería leerse más) sobre la auténtica base del feminismo:"ante todo todos somos personas". No géneros en este caso, que sería otra etiqueta.