jueves, 16 de julio de 2015

'Las diez mil cosas' de Maria Dermoût y el disco 'sacred espirit' de cantos y danzas de los indios americanos


Por Tesa Vigal

'Las diez mil cosas' es un libro único, escrito a los sesenta años por su autora holandesa, Maria Dermoût, que nació en las islas Molucas y allí vivió muchos años. El escritor Hans Konig, que escribe el prólogo, dice de él que es un libro animista. Estoy de acuerdo, a pesar de sentir la misma contradicción que su protagonista, quien siente el espíritu que anima todo lo existente, aunque por otro lado le da miedo sentirlo. Me la imagino poniéndose a escribirlo porque necesitaba dejar constancia, atestiguar aquella etapa de su vida porque sigue desbordando lo cotidiano, a pesar del tiempo transcurrido. Algo excesivo. Supongo que, en comparación, sus últimos años en Holanda debían parecerle pálidos, insípidos, pequeños. Quizás por eso no escribió el libro ni como holandesa (su familia tuvo una antigua plantación de especias, ya abandonada en los años de principios del siglo XX en que transcurre la historia), ni como nativa, sino como ser humano tocado por el misterioso poder del viento, sensible a todo ser vivo. Por eso dice de ella Koning: "El suyo era un desdén, cercano a la compasión, hacia las líneas divisorias, los odios y los miedos". 



También comparto la impresión de Pilar Adón (esa fascinante escritora actual) de que transmite una salvaje melancolía. Salvajes, es decir puros, los cangrejos, el mar, las medusas, los árboles centinelas, las perlas (lágrimas del mar), los tambores, los pomelos, las salsas de almejas, la danza sagrada, el hombre que se teñía su pelo de azul, los fantasmas de tres niñas, las flechas, las especias y su olor penetrante. Un día al año, la mujer del pequeño jardín se queda sola para dedicar esas 24 horas a todos los asesinados en la isla. Que ella sepa; un chiflado catedrático escocés, una cocinera nativa de innumerables amantes y fervorosa bailarina, un marinero, las tres hermanitas envenenadas, un comisario javanés ahogado por su amante y su propio hijo cuya garganta fue atravesada por una flecha en su juventud, mientras se reía.

Cada uno de estos asesinados tiene su historia que se cuenta, o se esboza, o se recuerda, o se invoca, quien sabe, a lo largo de las partes del libro. Y el título alude a una vieja canción, 'las cien cosas', que se le canta a un muerto para que no olvide lo esencial de su vida. Una canción que terminaba pidiéndole que nunca olvidara la bahía y a continuación: "un sostenido y melancólico e-e-e-e, e-e-e-e, que se alejaba rozando el agua de mar". 


Por todo esto, y por la extraña poesía que me ha transmitido, me ha hecho recordar un disco especial. Creo recordar que salió en los 90 y es una recopilación de danzas y cantos de los indios americanos. Se titula 'sacred espirit' y está en abierto, por si a alguien le atrae la música poderosa (lo opuesto a música de fondo) aquí lo incluyo, sugiriendo que se escuche de pie, sentado, o tumbado, pero con los ojos abiertos, incluso en el caso de que te pongas a bailar sin poder evitarlo. Y no es precisamente un disco bailable.