martes, 17 de diciembre de 2013

Amores no correspondidos: "Sputnik, mi amor" de Murakami


Por Tesa Vigal

Se puede llegar al otro lado de las cosas viviendo profundamente cualquier situación. Cuando se trata de materia especialmente sensible y laberíntica, el amor, donde surge más y mejor lo misterioso de la vida, ese viaje puede incluir encontrarnos cara a cara con nosotros mismos, con nuestra sombra, con nuestro doble, con la comunicación y la incomunicación extremas.



Murakami me fascinó, desde el primer momento en que lo leí, porque eso es lo que explora en todos sus libros. En unos haciendo más hincapié en la identidad, en otros en el destino, o la muerte. O en la realidad inevitable de los sueños, como el viaje común a todos los seres humanos que nos visita cada noche, poniéndonos en contacto con una dimensión paralela que nos habla de nuestro cuaderno de bitácora más íntimo y hondo.

En "Crónica del pájaro que da cuerda al mundo" se cuenta el recorrido, largo, sinuoso, de alguien con el corazón enterrado para recuperar su capacidad para amar, en lugar de seguir conformándose con una pareja haciéndose compañía. Bajará hasta el fondo de un pozo seco, en el jardín de una casa abandonada, atravesará sus paredes hasta llegar a la dimensión más íntima (donde se desarrollan los sueños entre otras cosas), cocinará espaguetis, recibirá llamadas de teléfono de una desconocida, su mujer desaparecerá, su gato también, conocerá a dos hermanas con nombres de islas mediterráneas: Malta y Creta, vivirá en carne propia el poder materializador en lo cotidiano de aquello que sucede en un sueño... 
El viaje de 'Sputnik, mi amor' es provocado por la irrupción, en dos de sus personajes, de ese amor que todo lo barre o lo inunda, sin poder hacer nada para evitarlo. 

El narrador ama a su amiga, aunque su amiga ama a otra mujer. Alguien que tampoco puede corresponderla porque no sabe amar. Su lado amante se quedó en una casa y un momento de su vida, desgajándose de ella cuando está subida a una noria y allí se encuentra con su doble, amando. Ese encuentro con su sombra y el miedo ante esa visión de sí misma hará que su pelo se vuelva blanco en unas horas, aunque sólo es una veinteañera.



La chica que la ama sin esperanza acabará desapareciendo en el 'otro lado', durante un viaje a Grecia, en una pequeña isla donde no hay cuevas, ni grietas en el suelo y todo el mundo ve a todo el mundo. Pero ella desaparece, esfumada de este lado. Su amigo parte en su busca y al regresar a Japón, al cabo de unos meses, recibe una llamada de madrugada desde una cabina. La hora elegida y preferida por su amiga desaparecida. Llega a hablar con ella, no sabe dónde está, va a averiguarlo y promete volver a llamar para decírselo. 

Es tanta la fusión de dimensiones paralelas, tanta la realidad de nuestro inconsciente (con cualquier otro nombre que se le pueda dar), tan imperiosa la búsqueda de todo lo que perdemos o rechazamos por el camino, que no importa tanto si esa llamada se produce desde lo cotidiano, o desde otro lado. Lo importante es que se produce. 

Una frase de 'Crónica del pájaro que da cuerda al mundo' habla sobre ello: "La realidad puede no ser verdad y la verdad puede no ser real".
La claridad en su manera de narrar va unida a una poesía, unas atmósferas potentes y una profundidad de sensaciones y sentimientos que marcan, para mí, la manera de Murakami de atraparte en sus historias sin poder evitarlo. Igual que les sucede a sus personajes. 



Que algunos le critiquen por no ser "muy japonés", me resulta incomprensible. Es como si a un músico español le criticaran por no hacer flamenco. Lo malo es que también se aplica a veces para meter en cajitas, más o menos disfrazadas, a todo el mundo. Hay que ser tal y tal por narices.

En cuanto a lo cultural me llama la atención porque el mestizaje es incesante, ancestral, enriquecedor y persistente en todas partes del planeta. Hacemos nuestro lo que sentimos nuestro y lo 'nuestro' puede que, en su origen, pertenezca a Tombuctú, por ejemplo, aunque nosotros hayamos nacido en Tokio o en Madrid.

Volviendo a este maravilloso libro, añado algo que se me ocurrió al leerlo: si abres una puerta en un sueño, para bien o para mal se abrirá en lo cotidiano.

Y prefiero recuperar mis lados perdidos a través de cualquier cosa, menos un amor no correspondido. 
       

martes, 19 de noviembre de 2013

Conmovedora 'vivir es fácil con los ojos cerrados', impresionante 'La vida de Adele' y la insólita 'Stockholm'


Por Tesa Vigal

A nuestra bolita. Ya sabéis, el escarabajo pelotero empujando lentamente la bola que con tanto esfuerzo ha creado. Se me ha ocurrido que las cuatro películas siguientes tienen ese punto en común. Hablan de algo que nos pasa a todos los seres humanos. Construimos nuestro mundo, elegimos por motivos irracionales y tenemos que comernos los resultados. 

Sólo en una de ellas la construcción es positiva y sin dolor: "Vivir es fácil con los ojos cerrados", de David Trueba. Sin embargo es la menos intensa, con un curioso encanto que casi llega a lo delicioso. Pero se queda en aguas poco profundas, quizás porque a cambio permite soñar con su creativo tema original que, como suele suceder, proviene de la anécdota real de un profesor de inglés de provincias en la España franquista de 1966. A sus niños les enseñaba a través de las canciones de los Beatles y como en los discos no venían las letras, algunas palabras se le quedaban en blanco al no entenderlas cantadas. Al enterarse de que Lennon está en Almería rodando una peli de Richard Lester ('cómo gané la guerra') decide ir a verlo para preguntarle sobre las palabras que faltan y así rellenar los cuadernos de sus alumnos. 



No se plantea si lo logrará o no. Lo indudable, lo 'lógico' es ponerse en camino.

Es una persona conmovedoramente íntegra, abierta a la vida con una entrega inevitable que suele surgir en los que tienen que convivir con situaciones oscuras (maltrato a los alumnos en el colegio de la época donde da clases) y, en lugar de identificarse con esos valores negros, permanecen interiormente libres.

Película de carretera, por tanto, con una chica embarazada y un chaval de pelo largo, como los Beatles, escapados de sus respectivas casas, como compañeros de camino. El título de la película es uno de los versos de Lennon de la canción 'strawberry fields forever', campos de fresas para siempre, compuesta precisamente durante su estancia en Almería.

Ahora, desde primavera, puedo ir más veces al cine gracias al cupón de descuento de la cadena de los cines Renoir (para interesados con poco dinero que estén por Madrid) Al comprar una entrada normal viene un cuponcito que hay que leer y no tirar. En un margen de diez días puedes volver al cine cualquier día, a cualquier sesión, por 5,50 €.

Terminado el aviso para navegantes vuelvo a las otras pelis. De mayor calado, rezumando alma, intensos sentimientos para bien o para mal. En mayor o menor grado las tres impresionan.

"La vida de Adèle", de  Abdellatif Kechiche, es una de las películas en las que más apasionadamente se ha logrado transmitir el deseo (ahora mismo recuerdo pocas con igual intensidad, tal vez en la versión de 'El cartero siempre llama dos veces' de Jack Nickolson y Jessica Lange). Además se trata del deseo que acompaña un primer amor adolescente y encima mal visto por algunos compañeros de instituto por ser homosexual. Esto le da una doble peso a una situación, relación de pareja, que algunas personas sólo conocerán de manera tibia en su vida, independientemente del género de su pareja. 
  
Pues lo impresionante de esta historia de amor es cómo transmite el crecimiento imparable de las emociones, con cada gesto y latido. Hasta los platos de pasta que cocinan los padres de Adèle tienen una presencia apabullante. Yo diría que hasta los espaguetis respiran. 
Una de esas historias de amor que, por suerte y por desgracia, marcan para siempre porque la alegría y el dolor que producen han surgido de una conexión en el fondo del mar. Aunque, como en esta historia, sólo una de las personas de la pareja lo haya sentido así y la otra se haya limitado a planos más llevaderos. Pero esa es la grandeza y lo terrible de lo excesivo: se goza mucho más y se sufre mucho más. 

Premio de Cannes el 2012 y unas interpretaciones memorables para la historia del cine.
Las otras dos películas hablan de otras situaciones, destructivas sin paliativos, en las que la persona que las crea es consciente de su error y aún así persiste en su manera de actuar.

"Stockholm", de Rodrigo Sorogoyen, es una película original por su propia estructura en dos partes. En la primera se narra el encuentro de dos jóvenes una noche, aparentemente divertido y encantador (como el chico), paseando por Madrid conversando (recuerda en parte a la trilogía de 'antes del amanecer, atardecer, anochecer', de Linklater), mientras se conocen también en apariencia.
La segunda parte es el día siguiente, cuando los dos se descubren realmente y aparece el tema de la historia. 



Ella sabía desde el principio que no debía creerle pero decide hacerlo. También persiste en su decisión cuando ya todo se ha derrumbado y no en simples cenizas, sino en brutal rechazo. No puedo contar más por no fastidiar a la gente que aún no la ha visto. Es una de las películas en las que más claramente se cuenta una actitud autodestructiva. Seguir con lo que nos daña es más frecuente de lo deseable. Una actitud sostenida por la tentación del vértigo, o por escupir nuestro dolor inútilmente, o por preferir seguir enfangados y tener terror a la libertad. 

Tristeza seca, sobriedad estremecedora. Esa casa del chico tan blanca, tan limpia... Una pequeña película honesta bailando en el alambre.

Y la última de Woody Allen. "Blue Jasmine". Como dice su título es de las películas de Allen tristes, rotas. Aunque no me resultó impresionante, a pesar de la magnífica interpretación de Cate Blanchett. Quizás porque la historia está contada desde fuera y es ella la que pone el dolor de una vida arrasada. Parece que el propio Allen y el resto de personajes no acaban de sentir empatía por los detalles de la vida de esa mujer. Casada con un tiburón financiero y ladrón, que al ser descubierto y llevado a la cárcel se suicida y nadie lo siente. Ella le ha perdido antes como marido, harta de descubrir sus infidelidades sistemáticas, y también pierde su privilegiada situación económica, quedándose en la ruina, teniendo que recurrir a su hermana, su polo opuesto, para tener un techo donde vivir. 



Quizás porque ella se hizo la tonta ante los delitos de su marido, sin querer saber su trapicheos de altos vuelos. Porque es una esnob a quien le preocupan ante todo las apariencias, las marcas, la moda. Porque se avergonzaba de su hermana pobre, cutre, hortera. Por su manera despectiva, paternalista de tratarla en el pasado. No sólo en una visita que le hace a Nueva York, sino por haber dejado en manos del ladrón de su marido su poco dinero y arruinarla a ella y su marido.

Para mí es alguien antipático, insufrible, insensible, que querría tener lejos de mí. Pero su manera de persistir en mentiras que la hagan parecer glamurosa, cuando ya no tiene dónde caerse muerta y acaba de conocer a un hombre que parece quererla, me resulta patéticamente autodestructiva. La causa de su nueva desgracia reconocida por ella misma. En el coche, recién descubiertas sus mentiras, entre lágrimas de rabia: "es por mi culpa". Y sin embargo, seguirá con su dolorosa actitud altiva, ya sin orgullo que sostener. 

Lo importante aquí, más que en otras historias, es extrapolar, si no lo logramos gran parte de la vida se nos escapa sin comprender. Reconocer actitudes negativas más allá del decorado, de la época, del lugar, del estatus.
A no ser que nos quedemos tan sólo con la apariencia de la vida, como la protagonista de esta historia. 
    

sábado, 19 de octubre de 2013

"Preferiría no hacerlo": 'Bartleby el escribiente' de Melville


Por Tesa Vigal 

Paso de que el título sea obvio, porque es el más exacto.
Me parece que Melville es un escritor de la estirpe soñadora por sus personajes, aunque de la especie cronista por su manera de contar, al margen de lo poético (aparentemente, quizás cuenta la poesía de una forma de actuar).
Sucesión de hechos claros con motivaciones desconocidas.

Seres humanos movidos por un sueño. En esto me recuerda a Conrad. Seguir el sueño hasta el final. Puede que sea eso lo que nos hace humanos.

El contraste entre el motor íntimo, al margen de lo conveniente, lo práctico o lo sensato y su narración de tinte periodístico resulta una mezcla inquietante, escurridiza.



El capitán Acab (dcha. foto del mar de Acab tal y como me lo imagino para él)de su novela 'Moby Dick' vive para buscar una ballena blanca y según le acompañaba en su peripecia inclasificable se intensificaba la sensación de que era el propio viaje, y no el encuentro, lo que daba sentido a su vida.

El viaje a Itaca de Kavafis, lo importante es el recorrido y no la meta. 'Bartleby el escribiente' lo leí también en la adolescencia y al releerlo ahora la impresión es la misma, con una diferencia. Uno hace y otro no hace. Uno busca, otro evita. Ambos eligen. La esencia de la libertad.

Pero el escribiente Bartleby parece dar un paso más, porque en su enigmática y turbadora actitud el viaje y la meta coinciden al instante. Cada vez que responde a las peticiones de su jefe con la frase "preferiría no hacerlo" coinciden meta y decisión. Es una negación a seguir un camino ajeno, que comienza y se cumple en el propio momento.



En cuanto a la naturaleza de esa negación no se trata de ninguna reivindicación de condiciones laborales (por muy interesante que sea la vieja actitud pacífica de Ghandi de la resistencia pasiva), sino una expresión íntima de su propio camino, la única forma posible de vivir de verdad su propia vida, asumiendo como natural, e inevitable, que eso es lo único que puede hacer un ser humano en este extraño mundo en el que aparecemos y transitamos. Todo lo demás serían consideraciones prácticas ilusorias en el mejor de los casos, en el peor serían malentendidos que alejarían la posibilidad de la libertad, la base de la satisfacción vital.

Y eso no supone garantía de felicidad, sino sólo de exploración y cuestionamiento perpetuo, que puede acabar bien o mal (como en este relato el final destructivo de Bartleby). Aunque con ello se posibilita la aparición de puertas, mientras que en un recorrido cotidiano convencionalmente impuesto sólo pueden aparecer espejismos.
¿Lo más deseable sería coincidir personalmente con las convenciones de la época?

Sin embargo el jefe y los demás empleados de la oficina donde trabaja el escribiente acaban usando, involuntariamente, el verbo "preferir" tan querido por Bartleby. Como si en el fondo apreciaran su actitud, aunque sin poder ni querer compartirla.

De ahí la reacción de su jefe, al principio desconcertada, luego perpleja, camino a la total turbación. Llegando a plantearse justificaciones para seguir admitiendo en la oficina a ese conmovedor, inquietante empleado. A él también le cala hasta los huesos su serena pero implacable elección y no pudiendo resolverla en su interior, tampoco atina a actuar de manera alguna frente a ella. No puede digerirla y acaba por huir y dejar el desconcierto del escribiente a los siguientes inquilinos de la oficina abandonada. Como lo que se deja en una mudanza, en medio de la casa ya vacía, porque no es basura que se tira pero tampoco se sabe qué hacer con ello y preferimos que sean los siguientes inquilinos los que quizás sepan usarlo. (a la izda. foto de lo insólito hecho playa, la de las catedrales en Lugo. Nombre antiguo el más curioso y apropiado de 'playa de aguas santas').



(A partir de aquí menciono el final del relato, así que los que no lo han leído mejor que se paren en esta línea).
Dentro de la lógica social occidental no es de extrañar que al escribiente acaben por detenerlo por vagabundo. Me imagino que en otro tipo de sociedad más mágica, cualquiera primitiva con su visión chamánica de la vida toda poblada de espíritus y misterio, una persona así tendría su lugar. Un lugar especial, inusual, pero de acuerdo con lo infinito de la vida.

Quizás la negativa del escribiente, en una sociedad occidental, sólo podía acabar en la muerte, la desembocadura natural de alguien que rechaza una forma de vida impuesta.
Yo prefiero pensar, pero sobre todo imaginar, que sí existen otros ríos,  otros mares, bosques, orillas, cuevas, mundos paralelos...

Un día vi una pintada en la calle. Decía: "la vida es infinito pero no infinita".  
    


viernes, 20 de septiembre de 2013

Septiembre con 'on the road' de Walter Salles, 'Mud' de Jeff Nichols y 'el barón rampante' de Italo Calvino


Por Tesa Vigal

En este mes fronterizo los libros y pelis que me han llamado la atención, o me han emocionado, tienen también curiosamente algo fronterizo.
Películas:

'On the road' de Walter Salles. Estuve a punto de no verla porque leí por ahí que no estaba a la altura del libro. No estoy de acuerdo. Sí es cierto que no alcanza la manera desquiciada de contar la historia de la irrepetible novela de Kerouac, pero es que una traslación de eso no se me ocurre qué director podría lograrla. Tampoco hace falta. Ya está el libro. Sin embargo sí que me transmitió el espíritu de la historia contándome otra con la misma trama. Si fuera un calco del libro ¿para qué repetir lo mismo?



El espíritu de la historia es una visión vital alternativa, la de los primeros beatniks de finales de los 40 y principios de los 50, que luego florecerían ampliamente en la revolución hippy de los 60, que sí cambió el mundo. No del todo. No todo lo que se deseaba. Pero tras los hippys la forma de vivir y encarar el amor y el sexo (libres), las orientaciones sexuales (sin etiquetas. Personas por favor), la música y el baile (sin convenciones, sin pasos aprendidos, baile de dentro hacia fuera y no al revés), las búsquedas de otras filosofías, de otras visiones espirituales (orientales, chamánicas de los indios...) se quedaron más o menos rebajadas o edulcoradas en el inconsciente colectivo. No así la exploración con drogas como búsquedas de ampliación de la consciencia (la obsesión por la salud actual, aunque se carezca de vida donde disfrutarla, barrió con eso demonizándolo de manera reduccionista). Supongo que es un tema demasiado complejo y sutil con consecuencias demasiado peligrosas si se usa mal y puede resultar comprensible su prevención. Tampoco se quedó el cuestionamiento de una vida en la que lo importante es lo espiritual y no lo material (donde el dinero es sólo un medio y no un fin. Se trabaja para vivir y no al revés.

Lo importante es la auto realización personal y no las propiedades materiales...). 
Sin embargo en este tiempo de banalización por la tiranía tecnológica supongo que sería más necesario que nunca volver a considerarlo.

Impresionante la escena del concierto de jazz, cuando todos (músicos y público) viven entregados a la pasión del momento, a la corriente paralela, otro mundo, otro nivel, desapareciendo a lo cotidiano y volando, volando en ese otro mundo al que puede llevarte la música si tienes suerte y estás en el momento adecuado. Casi se palpa el sudor, la torpeza de lo espontaneo, su grandeza, el 'arrebato' infantil puro, cuando el tiempo desaparece y un minuto puede durar toda una mañana (como diría el protagonista de la peli de Zulueta del mismo título), cuando se siente lo glorioso de la vida, terrible, misteriosa, plena...

Sus actores protagonistas volcando su aliento en la búsqueda, paso a paso, de la esencia del viaje en el que todos estamos desde que nacemos. La vida es un viaje y aunque lo olvidemos todo es movimiento, no existe la seguridad, y somos nómadas aunque no queramos, aunque nos pasemos toda una vida viviendo en el mismo lugar.

Hay una frase de los indios, creo que sioux, que dice: "la vida es un puente, crúzalo pero no construyas una casa encima".

'Tú y yo' de Bertolucci. Aunque su título en italiano: 'Io e te' ('yo y tú) no sé si es a propósito de la historia, o es que en italiano es correcto decirlo así. Si hay por ahí alguien italiano que me resuelva la duda.



Conmovedor que el viejo Bertolucci sólo lo sea en años. Y su alma siga viva, es decir joven. Que siga cuestionándose lo que todo ser humano debería seguir  cuestionándose, aunque también lo olvidemos. Esa infancia llena de tesoros, de libertad, de ideales. No creo que el crecer implique tirar la infancia por la ventana. Creo, más bien, que crecer significa añadir (como un árbol), no sustituir (creo que esto ya lo he dicho en alguna parte de este blog, si es así, siento repetirme, buscaré nuevas maneras de decirlo). Sumar lo cotidiano, la responsabilidad (al fin y al cabo esa es la consecuencia de toda auténtica libertad), la lógica, lo práctico, a lo que debe permanecer: los sueños, la flexibilidad, la inquietud, la apertura, lo lúdico...

En esta historia un adolescente de catorce años decide pasar una semana escondido en el sótano de su casa en lugar de ir a la excursión de su colegio y aprovechando el dinero que costaba. Quiere hacer algo inusitado porque quiere mover ficha en el tablero de la vida y ver cómo la vida le responde. Me recuerda al protagonista de la maravillosa novela de Auster 'El palacio de la luna'. 

Allí se encontrará con otra persona en un momento fronterizo, su hermanastra de 16. Y esa canción maravillosa de Bowie en una escena (en italiano) y al final la versión original en los títulos de crédito).

'Mud', de Jeff Nichols, me recordó al espíritu libre de ciertos libros de Mark Twain. Historia de río y sus cabañas y barquitos, apenas balsas, flotantes. De un vagabundo al que conocen dos adolescentes, que le ayudan porque la motivación y el pasado y presente de ese curioso y atractivo personaje es el amor. El amor por una chica, aún sabiendo que no podrá acompañarle en su vida azarosa, de fugitivo, de nómada, aunque su corazón le siga siempre. Película sobria, emocionante, melancólica, habitada por gente muy pobre en dinero pero muy rica en espíritu y humanidad.

'Cruce de caminos' (el título que le han puesto aquí a 'the place beyond the pines'), de Derek Cianfrance, el mismo director de la impresionante 'Blue Valentine' de la que ya he hablado en este blog. Para mí esta no llega a su altura, hay momentos que los sentí como desinflados, o deslavazados. Pero sigue respirando la misma necesidad imperiosa de descubrir qué es lo que se agita en la vida, que se esconde por debajo y más allá de ella.



En esta historia no es a partir del deterioro de una relación amorosa como en 'blue...', sino a partir del destino que de pronto aparece o desaparece haciéndonos dudar de su existencia, o nos conmociona por su presencia repentinamente intensa. La sensación de que somos parte de una interminable cadena de seres humanos, con infinitas ramificaciones, que finalmente queda como algo escurridizo, apasionante, con olor a significado aunque no lo logremos concretar, y con todos los integrantes (nosotros) olvidados en poco tiempo. Ni todo es innato ni todo es aprendido por nuestras circunstancias. Sería demasiado sencillo, pero creo que es mucho más complicado. Una mezcla personal e intransferible, de todo ello. Encuentros en el camino. Padres e hijos. El que muere y el que mata. La culpa y la responsabilidad, las consecuencias de la libertad. Se quiera o no aceptarlas. El acercamiento de los hijos sin saber que sus padres respectivos también fueron reunidos por la casualidad. Y su atmósfera de historia escrita antes de escribirla, de sentidos misteriosos,  de melancolía ante todo lo cotidiano que se nos escapa. 
Libros:

'La casa redonda', de Louise Erdrich, descendiente actual de indios y alemanes. Historia a finales de los ochenta en una reserva india. Chavales de 13 años que van por ahí con su bici y les apasiona 'la guerra de las galaxias'. El despojo del alma india en una reserva y su renacimiento constante por cualquier resquicio. Aunque sea, como en este caso, a partir de la violación de una de las madres de los chavales. Atmósfera contradictoria, poética. De un relieve fantasmal lo cotidiano, de una sutileza concreta las emociones. Los hechos complejos, tan laberínticos como la propia alma. 

'El barón rampante', de Italo Calvino, con su apasionada rebeldía. Sobre la libertad siguiendo hasta el final nuestro propio camino. En este caso el chaval de 12 años que se rebela ante su familia (en la Italia del siglo XVIII) y se sube a un árbol y allí, en las copas y ramas de los bosques, permanece viviendo hasta su muerte. Delicioso libro, insólito, aventurero, divertido, apasionado, repleto de flecos que seguir. Vivir en los árboles no implica separarse de la tierra, sino al revés, estar en contacto íntimo con ella. Leyendo, cazando, amando, explorando, escribiendo, apagando fuegos, luchando con piratas, redactando libelos revolucionarios o haciéndose amigo de las ardillas. 



Al acabar de leerlo tuve la fuerte impresión de que la mayor parte de nuestra vida no nos la tomamos en serio. La dejamos escapar con cientos de pretextos. El protagonista de esta historia no. Y para ello no hace falta subirse a los árboles, (a no ser que en el fondo te guste hacerlo). Supongo que sería suficiente con vivir lo importante y diferenciarlo de todo lo demás. Nada menos.      

sábado, 15 de junio de 2013

Testimonio de mi rincón ('Smoke', librería Alberti, 'Stoker', Delphine de Vegan)


Por Tesa Vigal

A la manera del estanquero de Brooklyn, interpretado por Harvey Keatel, en la película con guión de Paul Auster 'Smoke'. Cada mañana al abrir su tienda sale a la puerta y saca una foto de lo que se ve desde su esquina (foto abajo). Varían las estaciones, el clima, el tráfico, algunos hechos y algunas personas, mientras que otras se repiten en su mismo trayecto cotidiano hasta que un día desaparecen, o faltan y vuelven a aparecer. Tiene ya muchos cuadernos llenos y un día se los enseña a un amigo, que le pregunta por qué lo hace y el estanquero tras pensarlo un momento responde: "supongo que doy testimonio de mi rincón".


Esto sucede instantes antes de reconocer a su mujer en una de las fotos, días antes de morir. En esa esquina, en todas las esquinas, ha pasado de todo aunque no todo el mundo lo ha mirado, pero pueden rastrearse vecinos y desconocidos, finales y principios, revelaciones, pruebas, laberintos, sugerencias, gestos y sombras. Y debajo de cada una de ellas capas y niveles, quizás hasta el infinito, sólo para los ojos que lo miren y vean.

Y, sin embargo, me pregunto si para dar testimonio completo del rincón de cada uno hay que incluir nuestro interior. El interior del testigo. Porque me pregunto a quién narices le importa a qué hora me levanto y por qué. Aunque sí que creo en la ficción (naturalmente no como sinónimo de mentira, uso pedestre que algunos aplican a esa palabra). En contar las cosas invocando mundos vivos, cambiando o imaginando para rescatar, poner de relieve la esencia de una historia, despojándola de datos que la oscurecen y eligiendo otros que la revelan. Eso es lo creativo. Como decía Orson Welles: "el arte es una mentira que sirve para contar la verdad". 

Ahora y aquí, en este blog que leen cuatro gatos a los que no conozco, me limitaré a constatar la mezcla que me ha conmovido últimamente. A lo que he mirado, o lo que me ha salido al paso. Dejo lo creativo-ficción para la novela que se me ha ocurrido y que me persigue como un olor a tierra mojada, a partir de unas viejas fichas sobre una novela que nunca llegué a escribir hace años.

Un butrón en la ¡librería! Rafael Alberti. Los ladrones ¿actuaron por ser descerebrados absolutos o por pura maldad? No se llevaron libros, sino el dinero de la caja (¿¡!?) (fotos abajo)


Imposible ayudar a una amiga (y no se trata de dinero) porque sería peor el remedio que la enfermedad. Pero mi decisión es mía, sólo yo sé mis razones, y hay que aceptar el rechazo, los juicios de los otros, los malentendidos. Parte del trazado de la historia sentimental de la humanidad.
La magnífica capacidad embaucadora y de vender la moto a través de internet y televisión de un falso monje shaolín, propicia que muchos le sigan como su gurú y el triunfo de su negocio-gimnasio, hasta que se descubre que es un psicópata que a matado posiblemente a nueve personas y a una seguro. Si no fuera por el cadáver a nadie se le ocurrió comprobar su identidad ni sus credenciales. Es alucinante como necesitamos creer en lo que sea y en quien sea. Sin darnos cuenta de que así nunca conocemos a las personas que, supuestamente, amamos o admiramos. Y el miedo a la libertad que supone la base de conocernos a nosotros mismos (uhhh qué miedo) y luego aceptar las consecuencias de nuestras decisiones y nuestros valores. Preferimos que alguien nos dicte en qué tenemos que creer y qué debemos hacer.

En Irlanda deciden abolir el senado por innecesario y cómo una forma de ahorrar. Aquí y en otros muchos países la burocracia devora.
Saltan por cualquier parte los fanáticos violentos (casos últimos en Estados Unidos, Londres, París, sin contar las guerras actuales en la Tierra, en las que todos luchan porque son los buenos, faltaría más. Consultar noticias de los últimos meses). Eso es lo que tiene el fanatismo, en nombre de cualquier bandera (Dios, Alá, el vecino, la patria, o cualquier colectivo despersonalizado y convertido en objeto-enemigo a abatir) se machaca, se mata, se muere, el caso es imponer violentamente su verdad.

A un primo mío no le pagan desde diciembre, pero no sigo por ahí porque, como diría Leonard Cohen en una canción: "todo el mundo lo sabe" (crisis económica y demás).

Me topé con mi torpeza acostumbrada para la diplomacia y para hablar con desconocidos y mucho más si se trata, como en este caso, de una editora que me presentó una amiga. Como suele suceder la noche de esa tarde fue de insomnio.

Otras noches de insomnio fueron por los problemas de mi hijo, por mis problemas afectivos de soledad en compañía,  por no saber qué hacer con mi vida ni qué narices pinto aquí.


Recomiendo un libro de una francesa de la editorial anagrama. Me fascinó su ausencia de censura para hablar de temas familiares. Delphine de Vegan: 'Nada se opone a la noche'. Por mi parte cuando necesito hablar de alguien cercano me asalta la duda del derecho de hacerlo. Y sin embargo, también es mi rincón. Y está además el dicho de los indios sioux, que suscribo: "antes de juzgar a alguien tienes que caminar varios días dentro de sus mocasines".

También recomiendo la película 'Stoker', profunda, poética, turbadora historia que narra de cómo se puede llegar a elegir la maldad, la violencia, como la defensa que a corto plazo otorga un espejismo de poder. Otra historia sería contar cómo acaba por revelarse una falsa defensa destructiva, sin poder real. El miedo nunca lleva ni produce otra cosa que miedo (foto abajo).


A cambio hay camareros encantadores, como los del bar de la esquina de mi calle. Me quedo con ellos, con la sonrisa deslumbrante que se cruzó conmigo el otro día, con la maravillosa música que he estado escuchando mientras escribía esto: Leonard Cohen ('I'm your man'). Y The xx (disco del mismo título, creo).
Pues eso.
  
  
     

martes, 9 de abril de 2013

Blue Valentine y Searching for a sugar man


Por Tesa Vigal


Esta película, dirigida por Derek Cianfrance, hace justicia a su título. Es un prolongado blues de esos con saxo arrastrado, que por momentos desemboca en respiración entrecortada, rumbo hacia el enigma del origen de una relación amorosa que ya contiene el germen de su final.

Sus magníficos intérpretes (Michelle Williams y Ryan Gosling) rezuman vida en cada uno de sus gestos, silencios, murmullos agotados o complicidad limitada disfrazada de conexión.

Esto último es la base de su historia y el de muchas otras nacidas de un intercambio de bromas, sonrisas sedientas de comunicación y alguna que otra cancioncilla. Aunque en este caso la letra de la canción que cantan los dos en la calle tiene una letra descarnada, a la que no se hace caso porque la necesidad de embellecer lo que existe esconde la auténtica naturaleza de su limitada relación. 


Es el deseo de amar y ser amados lo que se vuelca, con frecuencia, en esa persona que acabamos de conocer y no la auténtica ligazón que nos une a ella. Es también la falacia social de que el paso obligado en una relación amorosa es tener hijos y convivir en pareja. Es, en fin, el auto engaño de confundir una mínima complicidad con amor. Es decir, rechazamos los grados de comunicación personal, que son muchos y llenos de matices, reduciéndolos a convivencia sí, o ausencia de historia. Sin términos medios.

Sin embargo el hecho es que nos podemos llevar bien con alguien de múltiples maneras. Podemos sentirnos a gusto tomándonos un café. O como camaradas de juerga. O como un intercambio amistoso de gustos, o talantes. O como compañeros de cama. Pero tendemos a forzar esa mínima conexión para que cuadre en una historia amorosa, como sea. Naturalmente todo sucede, con frecuencia, de manera inconsciente. Y cuando esa mínima complicidad ha dado de sí todo lo que podía, el agotamiento, el vacío, la sensación de fraude, equivoco, incomprensión general, lo sentimos lleno de culpa y fracaso. Unas veces achacándolo a nuestra pareja. Otras, menos, admitiendo que ha sido por nuestra propia decisión. Y el viento de lo auténtico barre las miradas, revela el campo seco y nos enfrenta cara a cara con nuestra propia fragilidad áspera, sin vuelta atrás.


Este tipo de relación es el que cuenta la película, a través de escenas fragmentadas del principio y el final de su historia. Las primeras con su forma de conocerse, escenas conmovedoras por su propia limitación convencional. Las segundas por su densa aspereza desde el agujero del pozo seco a donde han llegado los dos. Patética y reveladora la escena en que su relación toca fondo. Cuando él le pide a ella que salgan a alguna parte esa noche (cosa que no hacen hace demasiado tiempo) y vayan a un hotel de citas, con una habitación temática, supuestamente amorosa. Al entrar a ese recinto sórdido, claustrofóbico, iluminado con envolvente luz azulada, él comenta: "parece la vagina de un robot". Allí forzarán un encuentro, sin ganas, pura intencionalidad. Haciendo como que se desean sin lograrlo. Incluso reconociéndolo tibiamente, sin que importe ya, a pesar del cabreo de él que no es más que su carácter rebelde y en ese momento se revela más que nunca como rebeldía estéril. Sin causa. Sin base. Y cuando ella, siguiendo la puesta en escena de él, se tumba en el suelo y se quita las bragas, él no tiene más remedio que reconocer la falacia del momento y grita: "no quiero tu cuerpo, te quiero a ti". Pero eso es justamente lo que no tienen ninguno de los dos, desde hace ya mucho tiempo. No se tienen uno al otro, en realidad nunca se han tenido. (abajo foto)


Y esa escena final, abrupta, sin salida, con el gesto de rabia despectiva de él alejándose de ella. Y ella, sin tener siquiera un gesto como respuesta. Comunicación cero.

En el documental 'Searching for sugar man' de Malik Bendjelloul, mejor documental en los oscar de este año, lo que se busca no es el amor siempre esquivo sino las huellas de un mito envuelto en leyenda y rezumando equívocos. Porque el protagonista buscado, un cantautor americano de origen mexicano llamado Rodríguez, era una estrella de rock en la Sudáfrica del apartheid, cuya música eran lemas multitudinarios entre la juventud en rebeldía contra aquel intolerante régimen racista. En Sudáfrica creían que también era una estrella del rock en todo el mundo, como mínimo en América. Pero no era así. Lo que van descubriendo los dos tipos sudafricanos que le admiran, dispuestos en un principio a descubrir la realidad de su leyenda que cuenta que desapareció misteriosamente de los escenarios. O bien que se suicidó en plena actuación, en mitad del escenario. 


Comienza así una labor detectivesca que les lleva a una historia de un músico sin éxito, conmovedor en su vida cotidiana, que jamás recibió el dinero de los miles y miles de discos vendidos en Sudáfrica, que ignoraba su propia leyenda, su éxito allí, que había ido teniendo una vida paralela en América, trabajando en cualquier cosa, viviendo en la misma casa decrépita durante décadas. 

Búsqueda de la identidad, más allá del rastreo de la pista del propio Rodríguez. ¿Músico genial incomprendido? ¿discípulo de Dylan con mala suerte? ¿reflejo conmovedor de su propia poesía? ¿Quién otorga el prestigio? Y mucho más misterioso ¿qué es lo relevante en un artista?

De ahí la siguiente pregunta ¿qué es el arte y cómo llega y a quién y cuándo? Mientras veía este fascinante documental, que nada tiene que ver con los documentales al uso, recordé la creencia de Henry Miller en su librito sobre la poesía a través de la obra del poeta Rimbaud 'El tiempo de los asesinos', editorial alianza. Su hipótesis es que el arte cuando es auténtico toca el alma de la gente, pero no se sabe cuándo, ni cómo, ni a quienes. Porque el arte no es cosa de erudición sino de sensibilidad. 


La manera de caminar en la nieve de Detroit (¿o era Chicago?) de Rodríguez, con el cuidado entregado y humilde de una vida con sentido, aunque exteriormente algunos la llamarían fracasada. No lo es ninguna vida cuando se vive con un sentido personal e íntimo, porque entonces escapa de ese tipo de etiquetas. El pudor de gafas negras con las que protege las capas profundas de su alma. La perplejidad de sus hijas, ante un padre ya abuelo, que de pronto surge ante ellas con una historia paralela de artista que nunca tuvieron en cuenta, o directamente desecharon como peripecias juveniles sin ninguna importancia.

Yo diría que ambas películas preguntan dos cosas:
¿Hay alguien ahí? ¿quién está ahí? 

miércoles, 20 de febrero de 2013

Dentro (empieza todo)


Por Tesa Vigal

Aunque esta entrada la escribo hoy por mi decisión de que estos Cuadernos tuviesen periodicidad mensual, no pasaría nada si ese periodo variara. Tampoco importaría que dejase de escribir. Ni que me perdiera en el bosque, o desapareciese en un agujero negro o de gusano :-)


El caso es que las anteriores entradas vinieron empujadas por el deseo, o la necesidad enigmática de comunicarme a través del tema que me llamaba en ese momento.

Ahora todo es más brumoso que de costumbre. Quizás por recordar las ondas dominantes en los 60-70 del siglo pasado, gracias a hippies y rockeros, cuando lo importante era la búsqueda espiritual variopinta. El otro día me encontré con una persona muy "normal", que no concebía en la vida otra cosa que el bienestar material mientras picoteaba febrilmente en su juguetito tecnológico.

O puede que me haya replanteado, de nuevo, por qué mierdas escribo desde hace tanto tiempo si no lo uso para desahogarme, ni para ganarme la vida. Y eso siempre me lleva a toparme con la naturaleza misteriosa de la vida. "Este mundo es muy extraño", decía un personaje de David Lynch en su peli "Corazón salvaje", o puede que en "Terciopelo azul", no estoy segura.

Me queda una semana para cobrar, tengo 50 € y me he sentado en una mesa del café Comercial para tomarme una caña donde escribo esto. A mano, como más me gusta escribir (es un placer deslizar el boli y formar palabras). Hacía años que no me sentaba en el Comercial, salvo el encuentro con un viejo amigo hará un par de semanas. Me encanta ver cómo se abraza la gente en los espejos que cubren las paredes frente a mí. Espejos. Dentro. Título de la entrada.

Sueños y cuentos míticos, esos anónimos y ancestrales que hablan de cómo superar las trampas y pruebas de la vida para una feliz solución.


Es curioso que alguna gente los de la vuelta, tomándolos como "irreales" por su final feliz, a pesar de la contradicción que ellos mismos ven en sus pasajes tremendos, sus situaciones extremas... Sin ser capaces de unir ambas características en el sentido que las engloba. Un aprendizaje vital. Claro que tienen muchas versiones y según avanza el tiempo se los ha dulcificado convirtiéndolos en historietas más o menos bobas, para que los niños se evadan pero no aprendan. 

Recomiendo las versiones de los Hnos. Grim (que tampoco se los inventaron, sólo fueron recopiladores de las historias ancestrales orales) y en España las de Calleja, donde por ejemplo la versión de la Bella durmiente es un Bello durmiente. Pero el cuento es el mismo. La situación de retirada de la vida, de nuestras raíces vitales más íntimas durante ciclos enteros (100 años). Sin ir más lejos, yo misma caí en esa trampa durante un periodo de mi vida.

Sin embargo algunas personas desprecian los símbolos, aunque ese es el lenguaje que usamos todos cada noche en nuestros sueños. Los símbolos están vivos, por eso los sueños vienen de la parte más profunda de nosotros. Inconsciente. Pero quizás se debe a la tendencia a banalizar la vida, a reducirla a lo material que mencionaba antes. 

Empequeñeciendo el mundo de manera patética, desechando lo profundo, creyendo que sólo es real la vigilia y dentro de ella sólo lo cotidiano más material.  Curioso ¿despreciamos como chorradas los sueños y lo mítico aunque lo creamos nosotros mismos? 

Símbolos. Indicadores. Nuestro cuaderno de bitácora íntimo. De nuestra realidad personal. 

Una casa. uno de esos sueños recurrentes. Mi casa, mi lugar, mi situación actual. Por eso a veces soñamos con la casa de nuestra infancia (algo pendiente emotivo a resolver entonces), o con la actual, o con una casa en ruinas, o por el contrario con palacios laberínticos... Supongo que según nos alejamos del lenguaje simbólico menos entendemos la vida de los otros y la nuestra. 

Hay personas y situaciones que nos ofrecen de pronto una manzana venenosa. Momentos o periodos en que nos perdemos en el bosque. Familiares cercanos que nos abandonan. Extrañas puertas que aparecen ante nosotros. Llaves perdidas. Lluvias torrenciales. Travesías de desierto. Niños diminutos rodeados de peligros. Animales que nos hablan.

Recuerdo un divertido pasaje de un libro de Castaneda,  en que el chamán Don Juan Matus le cuenta una anécdota sobre un encuentro con un venado que le habló. Y se calla un momento y con la socarronería habitual con la que se toma la incredulidad racionalista de Castaneda, añade "¿No vas a decirme que los animales no hablan?" Y a esas alturas de su relación con Don Juan, Castaneda reconoce que no, que ya lo ha entendido. Que los animales hablan (no de viva voz) de múltiples maneras y pueden ser mensajeros de los dioses en momentos especiales. 

Símbolos y señales, significados, sentidos. O no. O no siempre. También en eso no puede abrazarse ni rechazarse en bloque nada. Ni personas, ni ideologías, ni sistemas, ni religiones... También de eso nos hablan los sueños y los cuentos míticos. Nuestro camino es único y nuestra voz también. Para bien y para mal. Pero es donde reside nuestra libertad, nuestra vida auténtica y no una vida impuesta por "lo que debe ser" en cada momento social e histórico. A pesar de su presión. Dentro empieza todo.

Recuerdo también una frase de Bertolt Brecht: "General, el hombre es muy útil, puede matar, puede volar. General, pero tiene un defecto, puede pensar, puede pensar". 



También podemos sentirnos y oírnos aunque muchas veces no lo hagamos y sólo nos citemos a nosotros mismos o a otros. Supongo que es interesante recordarlo en un tiempo como éste, de consignas, de generalizaciones, de etiquetas... Cada persona es un mundo y en los matices está la clave de cualquier conocimiento y elección.

Si hubiera podido habría hablado con rigor y amplitud del tema de los sueños y los cuentos míticos. Pero, claro, está fuera de mi alcance. Así que me he limitado a mencionarlo, a compartir mi interés por el tema y lanzarlo al aire por si a alguien le apetece leerlo. Ahí están libros maravillosos y originales, como "Psicoanálisis de los cuentos de hadas" de Bruno Bettelheim. O los libros de Jung el psicólogo de los arquetipos y el viaje interior. Y los autores citados más arriba. 

Mis límites son muchos y el vértigo me hace diminuta como Pulgarcito.         

   

sábado, 19 de enero de 2013

Egipto e Irlanda, viajes al otro lado del espejo


Por Tesa Vigal


En el otro lado del espejo está lo que es nuestro pero desconocido. En el exterior, porque ambos lugares tienen un alma grande y escurridiza, hundida en el misterio. En el interior, porque todo lo pendiente en mí se colocó en primer plano, como si al contacto con lo inusual desapareciera la supuesta comodidad de lo cotidiano, dando paso tan sólo a lo esencial.

El de Egipto fue un viaje organizado que acepté por su precio barato, que lo hacía posible para mi presupuesto. Sin decir nunca jamás, porque nunca se sabe, decidí que volvería a mis viajes personales. El de Irlanda lo hice yo sola, porque lo que me llamaba a esa tierra eran motivos íntimos y particulares, justo la característica de los viajes que se hacen en solitario.

En los dos países sentí la misma curiosa sensación: la mayor parte de lo que allí existía era invisible. A pesar de la enorme cantidad de lugares por visitar, famosos o menos. 

Supongo que por eso se me quedaron grabados los momentos en que lo visible y lo invisible parecían fundirse de manera enigmática. El hormigueo  en el cuerpo junto a la gran pirámide. La densidad de mundo paralelo en el oscuro interior del templo de Luxor, al que llegamos escoltados por dos jeeps del ejército llenos de soldados que nos miraban con sonrisa desconcertante. Sin ninguna explicación. ¿Para qué? Como si los motivos quisieran acercarse, sin conseguirlo, al enigmático motor que había creado las pinturas de colores y formas imposibles de algunas de sus paredes y papiros. Los animales feroces, con forma de mosquitos de unos doce o trece centímetros, que se agitaban histéricos bajo la luz de los faroles en la cubierta del barco que recorría un tramo del Nilo. La turbación ante la gran estatua negra de la diosa Sekhmet (foto abajo), que me hizo recordar que los egipcios tenían ritos secretos para dar vida a ciertas estatuas. Diosa con cabeza de leona, poseedora de la llave de la energía destructiva y también de la salud y la vida. Obligando a fusionar contrarios, revelándolos complementarios desde un punto base que se nos escapa. La muerte una forma de vida. La vida deshaciéndose en la muerte. Y ambas remitiendo ¿a qué fuente común?

Las escaleras de piedra descendiendo a un espacio de pinturas, a modo de sótano de un templo, de por sí ya un lugar subterráneo. La infinita suavidad de piel, una piel fuera del espacio y el tiempo, en un lugar determinado del desierto. La cara de circunstancias del guapísimo guía Moheb, un apolo de preciosa piel cobriza, cuya enorme cultura me hizo sentir avergonzada. Había leído a Mª Teresa León, la mujer de Alberti. Yo, no. Su rapidez en pensar la forma que haría posible mi decisión de pasar unas horas sola, en Luxor, en algún café bonito y tranquilo. Porque descubrí que aquello no era tan sencillo como en El Cairo y tuve que aceptar la compañía de un chaval encantador, al que Moheb llamó "mi protector", y cuyo castellano impecable aprendido en el instituto Cervantes habría dejado en mal lugar a la forma de hablar de ciertos españoles. Por fin, pude pasar un rato sin hacer nada ni visitar nada, sentada en la terracita de un café donde acabé por irme harta de las miradas de los clientes, sólo hombres por supuesto.

Pero en ese rato fui consciente de que, además, el motivo para querer estar sola también incluía la soledad en compañía con la gente del grupo de viaje. De que en parte aquello se debía a congeniar poco con algunos, pero también a mi voluntad defensiva de aislarme de la gente. Esa noche, en mi diminuto camarote del barco, tuve un sueño revelador sobre ese tema que me despertó al amanecer y que apunté apresuradamente en un cuaderno, con la sensación de que había estado invocando respuestas sin darme cuenta y los espíritus del lugar me habían respondido. 

Los de Irlanda tampoco admitían máscaras. 
Se deshacían en el viento de septiembre que soplaba en Sligo, la pequeña ciudad del poeta Yeats. Había decidido mi viaje a esa zona de Irlanda, fuera de los circuitos turísticos españoles.

Desde la ventana de la habitación de mi hotel, en pleno campo, a unos veinte minutos andando de la ciudad de Sligo, se veía una montaña sagrada color verde esmeralda incluso en el día que apareció medio cubierta por la niebla. video La montaña Ben Bulben (abajo foto) cuya silueta mordida parece las almenas carcomidas de un castillo olvidado. Cerca, el lago amado por Yeats. Cerca, la piedra en mitad de un campo, mencionada en su libro lleno de historias y experiencias que le contaron sus paisanos irlandeses sobre hadas y duendes. Esa piedra  conecta mundos paralelos, pues el reino borroso comparte espacio con la zona humana, aunque no siempre esa puerta está abierta. Cerca de la tumba de la reina Maeve, uno de los nombres de la reina del reino borroso. Todos ellos lugares donde lo invisible se funde con lo visible. 

Igual que en cierto pub de Sligo con camarero de alta y delgada sobriedad y músicos tocando sentados en una mesa a partir de las seis de la tarde.

Sligo es la ciudad de la música, repleta de bares repletos de músicos. Pero aquel pub, del que he olvidado el nombre, era especial. 
Quizás por sus clientes bulliciosos y soñadores a partes iguales, o por sus sillones y sillas desvencijadas. O por la sensación de que circulaban corrientes cristalinas, o secretas, bajo el gesto sencillo de los clientes que salían a la puerta a fumarse un cigarrillo. Puerta de cristales, ventanas que abrían la música a los caminantes que pasaban por la calle, algunos parándose para mirar un rato la forma de tocar del músico cercano. Los cuervos y los mirlos, la carretera arbolada por la que llegaba caminando a la ciudad. El café restaurante en una casa antigua, sede de una fundación en torno a Yeats.

La maravillosa y barata sopa del día, suculenta y espesa como sangre de hierba. El taxista saltarín que me llevó hasta la estación de autobuses hacia Dublín. Le llamé así porque su espléndida sonrisa, sus gestos juguetones, casi infantiles, le daban una apariencia duendil. El río de agua oscura y transparente que corría con urgencia bajo el puente de piedra por el centro de Sligo. Las terrazas bordeándolo con las mesas junto a la barandilla, invadidas por el rumor del agua y la música de cualquier parte. 
Ese mismo viento, que soplaba con un frescor ajeno al frío, con algo parecido a una llamada incesante, me acompañó el primer día en Dublín. Cuando descubrí otro lugar donde se fundían mundos. Un pub, cerca del albergue donde me alojé, que era el más antiguo de la ciudad. Nada menos que desde el siglo XII, pero ese dato no basta. Nunca bastan los datos. Al contrario, a veces son engañosos. Pero en ese bar, (foto al lado), al que se llegaba cruzando un puente, había una fachada de piedra como la de un castillo sin nombre, un patio con paredes cubiertas de de hiedra y flores escandalosas, un interior abigarrado de mezcla de cristal, luces, caras, maderas, músicos (cómo no), fotos en las paredes de cualquier tiempo y lugar, barriles, camarera encantadora, aire laberíntico. 


Y los músicos callejeros, aún era verano aunque la temperatura oscilaba entre 20 y 10 grados a lo largo del día-noche. Quiero decir músicos increíbles en cualquier esquina. Y lo digo con pena porque ayer me enteré de que en Madrid se acaban de prohibir los músicos callejeros, aunque por fortuna hay desobediencia civil. 

El día antes de volver también tuve un sueño, que me afectó tanto que lo escribí con la urgencia del viento que soplaba en Dublín. Allí cerca del río, donde había puntos en los que olía a levedad imposible, a limpio descaro, a leyenda escurridiza. 

Volveré.

Por la impresión que me acompaña desde pequeña de que el mundo es un inacabable misterio, por dentro y por fuera. Como diría Castaneda: "hecho de pavor y maravilla". Por el enigma de construcciones imposibles pero reales, por el enigma del alma que las imaginó. 
Por los mundos paralelos de seres libres y de absoluta belleza, incluso entre los habitantes del país borroso más feos o grotescos (ver entrada sobre hadas y duendes en este blog)

Por el aliento de lo trascendente empapando lo cotidiano. Por raíces latiendo, más allá de espacio y tiempo, abarcando a cualquier ser humano. Por el poder mágico de la música y la poesía, que modifican o crean mundos si surgen desde el escalón más hondo.