miércoles, 21 de enero de 2015

'Birdman' sobrevolando el reino de la luna naciente


Por Tesa Vigal

'Birdman', la última película de Alejandro G. Iñarritu, me gustó de diferente manera que sus anteriores pelis. No me dejó hundida, como 'Amores perros'. No me impactó como '21 gramos', ni me impresionó como 'Babel'. Me caló con el curioso efecto de una situación con capas escondidas, a la que no sabes clasificar. Estuve de acuerdo con una conocida cuando la llamó película rara. Sólo que ella parecía usar ese adjetivo de manera preventiva, como algo no deseable. Sin embargo algo 'raro' a mí me suele sugerir algo en principio interesante y que despierta mi curiosidad. Luego, ya veremos. Para salir de dudas le pregunté en qué sentido le parecía rara. Y su propia expresión ya fue una respuesta. Me miró como si acabara de escuchar una pregunta también extraña, o incluso impertinente, y accedió a responderme diciendo que 'Birdman' era rara por su manera de contarla. 



Estoy de acuerdo en ese punto. Yo lo llamo originalidad. La historia se cuenta de manera envolvente, siguiendo a los personajes a través de los pasillos del teatro, o la calle, o donde sea, sin soltarle. Los técnicos creo que lo llaman plano secuencia. A mí ese término me da igual y no creo que diga nada a los que quieran saber sobre la peli y no sobre su técnica. Dejando eso aparte me encantó esa forma de contarla porque es una historia que envuelve, precisamente, hacia fuera por el montaje de una obra del escritor Carver, con la que el protagonista trata de poner dignidad en su vida y en su carrera, de vieja estrella de cine que se hizo famosa al interpretar a un super héroe en los noventa. El Birdman que da título a la película. También es envolvente hacia dentro, hacia el interior de los actores que interpretan a esa obra de Carver, con toda la fragilidad, emociones contradictorias, deseos infantiles de ser queridos...

O la honestidad conmovedora de Edward Norton (siempre tan buen actor) y su entrega problemática a la verdad del escenario, cuando bebe ginebra en lugar de agua, ya en los ensayos porque así lo cuenta esa escena, o cuando se empalma en una escena de cama y, ante la revuelta incomodidad de la actriz que le acompaña (Naomi Watts) quiere follar con ella.

El hombre pájaro del que quiere huir el actor que lo encarnó en el pasado, también contiene algo de su seguridad perdida, contiene el secreto de su capacidad de volar, que es lo que finalmente le rescatará (para unos malamente, para la hija del viejo actor, será un rescate liberador). Como no quiero destripar historias así queda este comentario. Quien quiera entenderlo que vea esta película, con magníficos actores, sobre lo vulnerable de los seres humanos y las diversas neuras con las que tratamos de escapar de nuestras carencias, de nuestra necesidad de cariño que siempre acaba por hacernos huérfanos, aún rodeados de la acción frenética de los dos días anteriores al estreno de una obra de teatro.
Michel Keaton y su voz interior el hombre pájaro

Y viendo a Edward Norton, recordé otra película original en la que intervino y que habla también de la fragilidad humana y la inocencia liberadora de nuestros sueños, siempre con raíces infantiles: 'Moonrise Kingdown' del personalísimo Wes Anderson.

En esa historia, que vi hace poco en la filmoteca, ella y él (sus principales protagonistas, aunque es una deliciosa película coral) tienen 12 años y juntos se escaparán (ella de su casa, él del campamento de boy scouts) porque sienten que no tienen lugar en el mundo y porque sienten que vivir es habitar el reino de la luna creciente, o es nada. Creo que ya mencioné de pasada esta inclasificable película en otra entrada, pero me apetece hablar más de ella.



Los dos chavalines son huérfanos, aunque la niña tiene padres y hermanos y en teoría 'no le falta de nada', esa frase tan tonta que suele esconder montones de agujeros y algún que otro abismo. Por eso no siente su familia a su familia. Los dos conservan la integridad de la infancia, en una actitud pura que contempla a los adultos que les rodean como seres tristes, o vencidos, por haber perdido su vida por el camino. Mientras que esos mismos adultos (conmovedores, o inquietantes Frances MacDorman la madre, su marido Bill Murray, su amante el jefe de policía Bruce Willis y el jefe del grupo de boy scouts Edward Norton) contemplan a los dos niños como seres incómodos a los que hay que buscar y proteger, no tanto como a niños, sino por sus acciones ingenuas, o irresponsables. 


La madre y su amante el poli viven una desganada y triste aventura. El padre parece siempre ausente de cualquier rasgo vital. El jefe de grupo de scouts siempre caminando como un zombi entre los niños, con su eterno cigarrillo melancólico grabando cada noche, en un magnetófono, el informe diario del campamento.

Lo mejor y único de esta película es su aire de rebelde pureza, de corazón en la mano que impregna su forma de contarla, como un cristal mágico que rescata la esencia de la vida: una aventura enigmática. olvidada, negada, o asumida. Una sencilla historia que vuela, o se arrastra con una transparencia de un encanto indefinible. 



La vida de los adultos queda desnuda, revelando sus lógicas insensatas con apariencia cotidiana, a ras del suelo. Pero cualquier cosa que diga desvirtúa el efecto hechizante de esta película. Donde su forma de contarla tan libre, tan lúdica, tan honesta, sin pretensiones, infantil y soñadora tiene el mismo efecto inmediato y emocionante que una música que nos atrapa. Por cierto, la canción que escuchan los dos chavales en la playa, en un tocadiscos a pilas (la historia está ambientada en los primeros sesenta) es una deliciosa de FranÇoise Hardy, cuyo estribillo dice: "es el tiempo del amor, de los colegas y de la aventura".