sábado, 19 de octubre de 2013

"Preferiría no hacerlo": 'Bartleby el escribiente' de Melville


Por Tesa Vigal 

Paso de que el título sea obvio, porque es el más exacto.
Me parece que Melville es un escritor de la estirpe soñadora por sus personajes, aunque de la especie cronista por su manera de contar, al margen de lo poético (aparentemente, quizás cuenta la poesía de una forma de actuar).
Sucesión de hechos claros con motivaciones desconocidas.

Seres humanos movidos por un sueño. En esto me recuerda a Conrad. Seguir el sueño hasta el final. Puede que sea eso lo que nos hace humanos.

El contraste entre el motor íntimo, al margen de lo conveniente, lo práctico o lo sensato y su narración de tinte periodístico resulta una mezcla inquietante, escurridiza.



El capitán Acab (dcha. foto del mar de Acab tal y como me lo imagino para él)de su novela 'Moby Dick' vive para buscar una ballena blanca y según le acompañaba en su peripecia inclasificable se intensificaba la sensación de que era el propio viaje, y no el encuentro, lo que daba sentido a su vida.

El viaje a Itaca de Kavafis, lo importante es el recorrido y no la meta. 'Bartleby el escribiente' lo leí también en la adolescencia y al releerlo ahora la impresión es la misma, con una diferencia. Uno hace y otro no hace. Uno busca, otro evita. Ambos eligen. La esencia de la libertad.

Pero el escribiente Bartleby parece dar un paso más, porque en su enigmática y turbadora actitud el viaje y la meta coinciden al instante. Cada vez que responde a las peticiones de su jefe con la frase "preferiría no hacerlo" coinciden meta y decisión. Es una negación a seguir un camino ajeno, que comienza y se cumple en el propio momento.



En cuanto a la naturaleza de esa negación no se trata de ninguna reivindicación de condiciones laborales (por muy interesante que sea la vieja actitud pacífica de Ghandi de la resistencia pasiva), sino una expresión íntima de su propio camino, la única forma posible de vivir de verdad su propia vida, asumiendo como natural, e inevitable, que eso es lo único que puede hacer un ser humano en este extraño mundo en el que aparecemos y transitamos. Todo lo demás serían consideraciones prácticas ilusorias en el mejor de los casos, en el peor serían malentendidos que alejarían la posibilidad de la libertad, la base de la satisfacción vital.

Y eso no supone garantía de felicidad, sino sólo de exploración y cuestionamiento perpetuo, que puede acabar bien o mal (como en este relato el final destructivo de Bartleby). Aunque con ello se posibilita la aparición de puertas, mientras que en un recorrido cotidiano convencionalmente impuesto sólo pueden aparecer espejismos.
¿Lo más deseable sería coincidir personalmente con las convenciones de la época?

Sin embargo el jefe y los demás empleados de la oficina donde trabaja el escribiente acaban usando, involuntariamente, el verbo "preferir" tan querido por Bartleby. Como si en el fondo apreciaran su actitud, aunque sin poder ni querer compartirla.

De ahí la reacción de su jefe, al principio desconcertada, luego perpleja, camino a la total turbación. Llegando a plantearse justificaciones para seguir admitiendo en la oficina a ese conmovedor, inquietante empleado. A él también le cala hasta los huesos su serena pero implacable elección y no pudiendo resolverla en su interior, tampoco atina a actuar de manera alguna frente a ella. No puede digerirla y acaba por huir y dejar el desconcierto del escribiente a los siguientes inquilinos de la oficina abandonada. Como lo que se deja en una mudanza, en medio de la casa ya vacía, porque no es basura que se tira pero tampoco se sabe qué hacer con ello y preferimos que sean los siguientes inquilinos los que quizás sepan usarlo. (a la izda. foto de lo insólito hecho playa, la de las catedrales en Lugo. Nombre antiguo el más curioso y apropiado de 'playa de aguas santas').



(A partir de aquí menciono el final del relato, así que los que no lo han leído mejor que se paren en esta línea).
Dentro de la lógica social occidental no es de extrañar que al escribiente acaben por detenerlo por vagabundo. Me imagino que en otro tipo de sociedad más mágica, cualquiera primitiva con su visión chamánica de la vida toda poblada de espíritus y misterio, una persona así tendría su lugar. Un lugar especial, inusual, pero de acuerdo con lo infinito de la vida.

Quizás la negativa del escribiente, en una sociedad occidental, sólo podía acabar en la muerte, la desembocadura natural de alguien que rechaza una forma de vida impuesta.
Yo prefiero pensar, pero sobre todo imaginar, que sí existen otros ríos,  otros mares, bosques, orillas, cuevas, mundos paralelos...

Un día vi una pintada en la calle. Decía: "la vida es infinito pero no infinita".