martes, 24 de junio de 2014

El toque (libre) Jim Jarmusch


Por Tesa Vigal

Una elegante directora de casting de Hollywood llega en avión a Los Ángeles y se sube al taxi de una adolescente Winona Ryder fumadora compulsiva, mascadora de chicle y palabras, con enorme llave inglesa colgando del cinturón de sus gastados pantalones. 
La de Hollywood acaba medio fascinada por el personaje de la taxista y le pregunta si quiere trabajar como actriz en la película que andan preparando. Ante su desconcierto, la chica responde que no, gracias. A ella lo que le gusta es su trabajo conduciendo el taxi y su sueño es montar un taller mecánico con su primo. 

"Pero a todo el mundo le gustaría ser famoso", insiste la de Hollywood.


"No señora, la entiendo, pero no me interesa, lo siento". (abajo taxi de Los Ángeles y taxi de Roma) 

Esta escena pertenece al primer episodio de 'Una noche en la tierra' una de las películas primeras de Jim Jarmusch. En otro, cuya acción sucede en Roma, el taxista es un delirante Roberto Benigni con gafas de sol a las tres de la madrugada, que le vacila al obispo que recoge en el centro de una plaza. El obispo espera en la acera que bordea la fuente y el taxista se para. Cuando lo ve acercarse arranca de nuevo rodeando la fuente unos metros, alejándose de él. Se para otra vez, haciéndole perseguir al taxi para regocijo del taxista. El diálogo que sigue, en realidad un monólogo de Benigni contándole al obispo, detalladamente, cómo se acostó con la mujer de su hermano. Al taxista le parece adecuado esa confidencia de madrugada, recorriendo las calles desiertas de Roma, porque estará acostumbrado a confesar feligreses. Además, le gusta oírse para relativizar su propia historia. Además, será divertido comprobar el efecto de sus palabras en el incómodo obispo, escuchando su incontenible chorro de detalles eróticos. 

El efecto será complicadamente inesperado. Mezclando, como en todas sus películas, lo dramático, lo poético, lo emotivo, lo extraño con lo cotidiano. 



Aceptar el aire de los tiempos sin cuestionarse si se está de acuerdo con él, o no, es comprensible porque te sientes integrado y aceptado. Pero es mal asunto porque no vives tu vida sino ideas ajenas, más o menos bien vistas, alimentando la incomunicación y una "correcta" falacia. 

Las películas de Jim Jarmusch, uno de los directores más personales del cine independiente, suelen tener como protagonistas más o menos vulnerables a gente que vive su vida. Esto les despoja del peso de ciertas máscaras sociales, dando a sus pasos una pureza fluida, inevitable, que a unos hace más fuertes y a otros les complica la existencia con desagradables consecuencias esperadas, o directamente extravagantes, llenando lo cotidiano de un toque duendil, de otro mundo inmerso con su encanto incómodo en la vida diaria más usual. 

La propia forma de contar de Jarmusch tiene la levedad de lo especial, cuando lo especial no se da importancia, sólo fluye digna, naturalmente, con la inocencia de lo auténtico en los gestos en los que el tiempo se ralentiza, porque estamos sintiendo sus emociones y esa es la aventura. Al margen de que se trate de la simple anécdota de dos turistas japoneses en el Menphis de los 80, seguidores del primer rock and roll y en concreto de Elvis Presley (abajo). 

Ese es el comienzo de 'Mystery train'. Los vemos vagando con su maleta por la ciudad provinciana, donde piensan visitar la casa museo de Elvis y su casa de discos. Ella, no deja de hablar. Él, no abre la boca. Acaban en un hotel de mala muerte, del que se ocupan dos negros tan surrealistas como conmovedores. Uno es el botones, un chaval que luce un antiguo gorrito que en otros tiempos usaban los botones con uniforme en hoteles con empaque. Su constante mirada de perplejo asombro contempla los consejos del recepcionista, un hombre maduro que le sugiere: "Tú lo que tienes que hacer es conseguirte una chaqueta como la mía" y se ajusta con toda la dignidad del mundo su chaqueta color rojo pasión (abajo con el gorrito del botones confundido con el fondo). 


A ese hotel llegarán el resto de personas de la historia. Entre ellos, una viuda italiana, pendiente del papeleo para enviar a Italia el ataúd de su marido, que recibirá por la noche la visita involuntaria del caballeroso y despistado fantasma de Elvis Presley. Ella, sentada en la cama y subiéndose la ropa hasta la nariz, le contempla perpleja y aterrada hasta cierto punto, pues es el fantasma el que parece más perdido, y le escucha decir: "Buenas noches señora, ¿dónde estoy?".

En 'Bajo el peso de la ley', rodada en blanco y negro, tres personas acabarán compartiendo celda por cuestiones peregrinas, arrastrados por su forma de ser. Uno de ellos el gran músico Tom Waits, cuyos poemas y canciones son un perfecto reflejo inclasificable de las películas de Jarmusch.

También en blanco y negro es el poema hipnótico 'Dead man', contando el periplo iniciático de Johny Depp en parajes del oeste del siglo XIX. Su personaje se llama William Blake, como el poeta visionario. En su peripecia se encuentra con un insólito indio gordo, que le revela que él, William, es en realidad un hombre muerto que aún camina.
Y al observar la innata puntería con la pistola de aquel curioso rostro pálido, le dice que quizás en esta vida haga poesía con la pistola (abajo dcha.). 

Tiene en común con 'Sólo los amantes sobreviven' (su última peli, que me ha dado ganas de hablar de las que me gustan de Jarmusch, otras me aburrieron, nadie es perfecto afortunadamente) su poesía fascinadora y lo original de la trama a partir de un género clásico, las historias de vampiros en lugar del western crepuscular.

Como en 'Dead man' las imágenes te absorben y cuando algo te atrapa te regodeas en cada instante paladeándolo, sin querer que se acabe. Creo que lo contrario de meterse en una historia es enredarse en su ritmo, por eso los que no disfruten del tiempo sin tiempo de una atmósfera que empapa, de la poesía, supongo que se quedarán fuera de esta peli por su relativa y esporádica lentitud.

A mí se me hizo corta. Dos amantes vampiros, ella una impresionante Tilda Swinton, que se conocen desde hace muchos siglos, a nadie cazan, a nadie matan, consiguen su ración diaria de sangre con chanchullos clandestinos en hospitales y, cada uno a su manera, están inmersos en vivir su vida, la que han descubierto tras sabiduría acumulada que plasman como pueden.

Ella vive en Tánger, escuchando música y leyendo poesía en una casa que parece el nido de una hada solitaria, entre alfombras, sedas sobre la cama, sugerencia de luces cálidas, esa belleza poderosa y profunda, escurridiza, que suele distinguir lo bello de lo bonito.

Él vive en el Detroit medio destruido y abandonado de la actualidad. Su casa está llena de cables, sintetizadores, guitarras eléctricas y violines. Es músico, tiene cierta fama con la melancólica música electrónica que compone, pero el ambiente de su casa refleja su ánimo envuelto en tristeza. No le gusta el mundo actual porque a la gente le da miedo imaginar y abundan los que viven una vida muerta como zombis.

A ella, por el contrario, la experiencia le ha enseñado a relativizar las épocas, los aires del tiempo y los momentos históricos. Se queda con la bondad y la amistad, como le dice a su amante cuando se reúnen para ayudarle con su tristeza.

Por lo dicho hasta ahora, supongo que se comprenderá que en esta película no hay violencia sino atmósfera. Así que no les gustará a quienes busquen vampiros sanguinarios, o monstruos a combatir. Sólo la singularidad de un tercer vampiro, gracioso contrapunto, la hermana de ella que les visita. Una adolescente seguidora de la tele, con voracidad indiscriminada y poca sutilidad.


Los amantes, curioso detalle, se llaman Adán y Eva, como si se tratara de una pareja que funda mundo, una estirpe paralela más viva que algunos humanos vivos y desde luego con mayor sensibilidad. 

Se quedan embelesados escuchando la actuación de la libanesa Yasmine Hamdan, en un local de Tánger. Yo también aluciné con su música, que desconocía, tan hipnótica y envolvente como la propia película. 

No falta el toque de humor lúdico en el nombre que elige él, cuando va a conseguir sangre a un hospital disfrazado de médico. En su tarjeta identificadora se lee: Doctor Fausto. Y el médico que le proporciona paquetes de sangre grupo 0 positivo, a cambio de dinero, es el doctor Watson. Elemental.

Su forma de andar contiene todo el tiempo del mundo en sus pasos, con algo entero, sereno y libre que no es de este mundo y, sin embargo, sugiere la tentación de lo posible.
Quien quiera ver otra película especial sobre vampiros le recomiendo el Drácula de Coppola. Una historia de un romanticismo desatado, en la cuerda floja de todo o nada, con elecciones que te hacen preguntarte si elegir la vida es lo mismo que elegir el amor y al revés. 

Algunos versos de una canción de Tom Waits:
"Nunca vi la mañana hasta que me pasé la noche sin dormir / Nunca vi la luz del sol / hasta que apagaste la luz".