jueves, 21 de mayo de 2015

'Como la sombra que se va' de Antonio Muñoz Molina


Por Tesa Vigal

Este libro estremecedor es una historia sobre las historias. Todas las historias, incluyendo las personales, son parte de otras historias. Comienzan con la primera señal significativa, de circunstancias internas y externas girando en torno a un proceso concreto traducido en hechos, que la distinguen del resto sin olvidar que siguen entrelazadas con las demás.


Un camino al que de pronto se conecta lo que antes parecía arbitrario, banal, sin rumbo... Creo que en la vida personal también sucede así, incluso cuando no somos conscientes de ello. Igual que en los sueños. Esa naturaleza de las historias de ficción me fascina. Ese completar, explorar su sentido, rescatar momentos que te asaltan, enfocar detalles para descubrir la verdad a través de la imaginación. Una falsa mentira.

En el caso del libro de Muñoz Molina ese proceso se centra en la propia vida del autor, en el momento vital en que tomó contacto con Lisboa y así surgió el hechizo de su novela 'Un invierno en Lisboa' y en paralelo la exploración de otro recorrido personal, el del asesino de Martin Luther King, quien pasó diez días en Lisboa en su huida desde Menphis.

Dos huidas con diferentes rumbos. Muñoz Molina huía del lado castrador de lo cotidiano, en busca de lo extraordinario en sensaciones, emociones, música y personajes. Así habla de música y escritura en este párrafo de la novela: "... su mezcla de disciplina y abandono, de ardua destreza técnica y control absoluto y al mismo tiempo improvisación y arrebato, de liviandad y hondura, de velocidad y lentitud. Era así como yo quería escribir, con un impulso poderoso y sin saber a dónde iba, a veces en línea recta y a veces dejándome llevar por rodeos en los que parecía perderme y en los que inesperadamente encontraba un sendero".
Lisboa

El asesino de Martin Luther King en 1968, James Earl Ray (su foto en la portada, cuya mirada me estremece), eligió Lisboa en busca de una vida de violencia "justificada", como mercenario en Angola, entonces colonia portuguesa en África y en guerra. No logró que le dieran el visado y regresó a Londres donde fue detenido. Por cierto, me resulta curioso que tanto Lisboa como Menphis, la ciudad del asesinato donde empezó su huida, tienen tranvías y ambas están a la orilla de un río.

En los dos periplos paralelos se exploran sus motivos, los del escritor y los del asesino. Y al hacerlo queda clara la diferencia, de hecho, entre comprensión y justificación. Comprender es necesario, tanto para comunicarnos poniéndonos en el lugar de otros, como para defendernos de ellos si es necesario. Sobre todo comprender aquello que se sale de lo usual: el mal, lo destructivo, por ejemplo. Es entender los mecanismos humanos, frecuentes o excepcionales, que conforman este mundo misterioso en el que vivimos.
Menphis

Los mecanismos del asesino de Menphis parten de una infancia feroz, una familia rezumando actitudes destructivas. Y eso no justifica nada, atisbamos las otras direcciones que el asesino no tomó y que hubieran podido rescatarlo de su particular callejón sin salida. Ejemplos tan duros o más los ha habido, con rumbos de vida muy distintos. Y al ver desde fuera la trayectoria vital de James Earl Ray me compadecí de él, porque él fue su primera víctima. 

En la novela le vemos arrastrando el peso de su soledad, el de su traje serio, el de su patético y escueto equipaje con un transistor y novelas de espías. Soledad envuelta en revistas y periódicos atrasados, alfombrando el suelo de sus habitaciones de hotel para leer las noticias que hablen de él y de su huida. le vemos visitando bares de mala muerte, oyendo hablar sin entenderlas a las prostitutas a las que contrata. Vemos el atisbo de un intento de comunicación, en el gesto de regalarle a una de ellas el bañador de un escaparate, al que se ha parado a mirar camino del hotel, cuando su dinero se acaba, y una cita en la playa para el día siguiente a la que no acudió, al que no podía acudir porque era el fugitivo más buscado por el FBI. Vemos el desprecio hacia el mundo que le aísla cada vez más. Su patético delirio de grandezas, al querer convertirse en protagonista de sus novelas baratas de espías. Sentimos su odio, su dolor, su negación del lado bueno de la vida, concentrado en la figura de Martin Luther King, para él falsa, inadmisible. 
Martin Luther King en la terraza del Motel Lorraine, donde
fue asesinado al día siguiente

Y el autor de la novela sigue sus pasos por Menphis y Lisboa, en un conmovedor rastreo de la naturaleza humana, sus abismos y sus salidas, sus contradicciones, sus infiernos. Incluyéndole a él y a todos nosotros. Las últimas páginas del libro, centradas en la víctima Martin Luther King, tienen una especial humanidad al recoger casi con mimo sus debilidades y sus sueños. Por eso el final de la novela me impactó especialmente, con ese sonido que oye la amante del asesinado sin saber de qué se trata. Hasta que descubre que ese sonido de raspar es el que hacen los empleados del Motel Lorraine, al limpiar las manchas de sangre. 

Todo ello transmitido gracias a la inolvidable atmósfera que crea Muñoz Molina, a su poesía, su hondura, su portentosa fluidez. Algunas páginas me dejaron temblando, en otras me horroricé, en otras caí en la melancolía, y al cerrar el libro volé.