sábado, 31 de agosto de 2019

Contrcult 10-Lo real es lo sentido, vigilia o sueño, lo chamánico de Castaneda o la psicodelia en Easy Rider

Por Tesa Vigal


Todo tiene alma en la visión chamánica: seres vivos, lugares, ríos, montañas, mares, cuevas y también las obras honestas, sentidas, de libros, pelis, o canciones. Lo sentí desde pequeña, aunque no pudiera expresarlo en palabras, por eso me emocionó hace años leer el libro 'La pipa sagrada', sobre los ritos de los indios sioux, redactado por Joseph Epes Brown y relatados por el guerrero chamán Alce Negro (abajo en la foto). Y me impresionó la portentosa manera de Castaneda de fundir lo cotidiano con una desafiante magia, que empapaba los actos de un significado sin expectativas. Escritor inclasificable de honda huella, que influyó enormemente en la contracultura.

Nunca me importó, al contrario que a otros en busca de guías, si el indio que enseñaba a Castaneda, Don Juan Matus, era real, o inventado, porque cuando un personaje está vivo traspasa las páginas (no siempre ocurre), no sólo te hace sentir sino que interaccionas con él (algo que forma parte de lo revelador de lo creativo). Naturalmente no estaba de acuerdo con él en todo, es imposible con nada ni con nadie, pero me envolvió la portentosa ampliación del mundo que rezumaba como resina, buceando en el misterio de la vida, su base. Escribí sobre él en el blog de libros: https://librosconaliento.blogspot.com/2014/08/castaneda-o-don-juan-matus-me-quedo-con.html  


Aquí ¿repito? una de las frases de Don Juan: "Un acto libre de expectativas intrusas, temores al rechazo, ilusiones de éxito. Libre del culto al yo; todo lo que hacía tenía que ser al momento un acto de magia en que me abría libremente a los impulsos del infinito".

Para los interesados en el misterio que rodeó a Castaneda, el año pasado descubrí los datos sobre su vida, siempre mantenida en secreto por él. No me extrañó que hubiera sido vencido por uno de los enemigos de un hombre de conocimiento (según las palabras de Don Juan): el poder. Tampoco afecta para nada mi impresión profunda de sus libros. Tras el extraordinario trabajo del periodista Manuel Carballal, que le llevó a rastrear fuentes y conseguir documentos durante varios años, cuenta en el libro 'La vida secreta de Carlos Castaneda' cómo acabó convirtiéndose en un gurú, rodeado por discípulos que seguían sus normas al pie de la letra, si no querían ser expulsados, y montando chiringuitos de talleres varios. Una secta con todos sus requisitos, en la que hubo personas que acabaron de la peor manera. Con un rigor apabullante, en ese libro también se rastrea el enigma de su lugar de nacimiento, relación con su familia y sus andanzas en Estados Unidos. También se resuelve la incógnita de la identidad del indio Don Juan Matus. Me conmovió el asumido propósito de su autor en su ardua investigación: salvar a la gente que va buscando normas dictadas desde fuera, carne de secta, que suele acabar mal, o muy mal, como sucedió en este caso. El indio Don Juan Matus se hubiera reído con ganas del periplo de su antiguo "aprendiz".


Por cierto, el uso de plantas de poder (que sólo aparecen en los dos primeros libros) se debía, en palabras de Don Juan, a que Castaneda era un tipo especialmente cuadrado, pero no eran necesarias. Hago esta puntualización porque su uso estuvo muy extendido en la contracultura, para bien y para mal, y los petas eran de uso frecuente, como sucede en la película de Dennis Hopper 'Easy rider', de la que también se cumplen 50 años. Una peli mítica por su contenido y representación de una época, que yo no había visto hasta ahora,  absolutamente incorrecta para la actualidad.

Mi impresión ha sido desigual. A veces me rozaba su insistente ambivalencia de la exploración necesaria, que no alcanza la luz. Pero esa es también su huella incómoda, con momentos ambiguos que envuelven entre el desparpajo y lo extraño, lo sencillo o lo torpe, que va más allá de una peli de carretera, con escenas que acarician lo profundo pero se quedan cortas. Dos hippies (Dennis Hopper y Peter Fonda) recorren en moto la América profunda para llegar al carnaval de Nueva Orleans, aunque la meta es lo de menos. Recorren paisajes de películas de John Ford, pero de noche, y esa visión nocturna de llanuras salpicadas por impresionantes montañas se vuelve fantasmal, con un olor a misterio que se mezcla con el olor de sus petas cotidianos. 

No los admiten en los hoteles de pueblos perdidos y cada noche charlan en torno a una hoguera sobre su deseo, o no, de ser otros, sobre lo que ven o no ven. Recogen a un chico que hace dedo, algo también usual en la época, más una forma de vivir que de viajar, aunque también. Conocen a la gente de una comuna, que vive en tipis indios y también a un borracho (Jack Nicholson) en la cárcel donde los han metido por haberse unido con sus motos, sin permiso, a un desfile de pueblo. Los atacan unos pueblerinos en su hoguera nocturna y, al llegar a Nueva Orleans, comparten con unas chicas un viaje con ácido en una inquietante escena psicodélica, con aspereza infantil, y el aire de tocar fondo con el que a veces puede sorprender la ausencia de rumbo. Aquí trailer:


Esa forma nómada de vivir, sigue siendo para mí un tema sin resolver que apunta al misterio del mundo, incompatible con lo práctico, con metas o apariencias. No puede durar mucho porque hay que ganarse la vida, y eso implica vida cotidiana, hábitos, horarios, sedentarismo... Y, sin embargo, hay algo en esa ausencia de tiempo (Peter Fonda tira su reloj al comienzo del viaje) que contiene la esencia de la vida, sin que logremos ponerle nombre. Una manera de vivir incompatible con la sociedad actual, por lo que no es extraño que la peli acabe como acaba. Y surge entonces otra pregunta: ¿merece la pena, a pesar de todo? 

En una de las noches en torno a una hoguera, Jack Nicholson dice que a la gente se le llena la boca con la palabra libertad, pero si encuentran a alguien libre no lo soportan, se cagan de miedo y lo sienten peligroso. Interesante ¿no?     

   



          

domingo, 4 de agosto de 2019

Contrcult 9: libertad antes que seguridad en Woodstock 1969

Por Tesa Vigal

En ese mítico festival se reflejó la preferencia de la libertad exploratoria, dejando en segundo plano esa ilusoria seguridad, tan querida y buscada en estos tiempos. Este año se cumplen 50 años de ese festival, más que pionero, único, porque no fue un simple cartel de músicos, como en los actuales festivales, sino tres días de libertad, paz, experimento y música. Incluso varios de sus músicos participantes, que se convirtieron en legendarios, eran entonces casi desconocidos. 

Yo no supe de su existencia hasta años después, aunque era una pequeña adolescente apasionada ya por la música y los libros, fascinada por los hippies y soñando con irme de casa algún día. Mi recuerdo de aquel verano fue por otro acontecimiento (del que también se cumplen 50 años), un mes antes del festival, la llegada a la luna en julio, quedándome de madrugada viendo la tele, mientras mi familia dormía, esperando la conexión con el alunizaje mientras en la tele ponían una película de Doris Day, de la que nunca vi el final porque la interrumpieron para conectar con la luna (no me importó). También fue el año de los asesinatos de Sharon Tate y sus amigos por el temible y descerebrado gurú (¿alguno no lo es?) Charles Mason. Un año, por tanto, en el que se fundieron luces y sombras, recordándonos a los seres humanos que el misterioso laberinto del mundo está siempre más allá de buenas intenciones, dogmas, banderas, violencia, reivindicaciones o ciencia. 

Al enterarme de la suspensión del festival, celebrando el aniversario de Woodstock, no me extrañó porque lo mágico es excepcional. Estoy de acuerdo con el texto escrito por Diego Manrique, en El País, ese festival es irrepetible. Empezó de manera más o menos lógica, la intención de un veinteañero, Michael Lang, de reunir al aire libre a músicos y espectadores durante tres días, del 15 al 17 de agosto de 1969. Y no fue en el propio Woodstock, porque sus habitantes se opusieron a recibir hippies, sino en una granja lechera a 69 Kilómetros de distancia. Fue un fracaso económico, porque las entradas vendidas no sirvieron para nada. Es más, mucha gente con entrada se quedó fuera por los gigantescos atascos y aunque el aforo era para unas 200.000 personas, llegaron el doble y otras 200.ooo se quedaron atascadas en el camino. Los organizadores decidieron dejar entrar a todo el mundo, en realidad ya no había vallas, ni puertas, ni nada parecido. 

Al año siguiente se estrenó el documental dirigido por Michael Wadleigh y montado por Scorsese que consiguió un oscar: 'Wodstock: 3 days of peace and music'. También hay discos recopilatorios, el más importante 'Wodstock: music from the original soundtrack and more', relanzado en cedé, en 1994. 

La mayoría de la gente durmió a la intemperie, con instalaciones sanitarias insuficientes, insuficiente comida, organización más que desbordada, órdenes a los medios de comunicación para que publicaran opiniones contrarias al festival y protestas vecinales. Hubo caos, rayos y truenos que obligaron a suspender el concierto varias horas, ayuda de una comuna repartiendo bocadillos, protestas contra la guerra de Vietnam, tres muertes (una por sobredosis, otra por apendicitis y un atropellado por un tractor, 450 vacas sueltas entre los asistentes, muchos petas y otras drogas, niños, 100 arrestos por posesión de drogas, dos nacimientos, lluvia que convirtió en barrizal el suelo, gente rebozada en el barro, y la actuación de artistas memorables, unos consagrados como Joe Coker y Santana, otros que se revelaron allí con luz propia, aunque ya habían actuado antes, como Janis Joplin y Hendrix y los que ya eran bastante conocidos como la mítica Creedence, The Who, The Band, o Jefferson Airplane. El último que tocó fue Hendrix, cuando ya se había marchado casi todo el mundo.  

He encontrado trailers del documental de apenas dos minutos, y pedazos más o menos deficientes de actuaciones de Janis, Hendrix y Joe Coker, pero he preferido incluir aquí un poquito de la legendaria Creedence, que actuaron de madrugada tras las tormentas, con la mayoría de la gente durmiendo en el barro, o colocada. Al ver, perplejos, el panorama, el enorme vocalista John Fogerty se animó al oír una voz entre el público que decía: "No te preocupes, John, estamos contigo".