lunes, 13 de agosto de 2012

¿Qué es el progreso? 'La selva esmeralda' de John Boorman


Por Tesa Vigal


A partir de una película inolvidable: ‘La selva esmeralda’, John Boorman.

O la liberación de lo secundario y lo sustitutorio. Cuando desaparecen los algodones de lo artificial con su ilusoria seguridad y uno se queda cara a cara, piel con piel con la naturaleza propia y con la externa, con el gran Misterio. Esa es la atracción que ejerce el tipo de vida "primitivo" (aquí usaré esta palabra en el sentido de primigenio, no en el sentido peyorativo).  No porque todo lo arcaico sea bueno, sino porque contiene un tesoro perdido: el contacto con el alma del mundo y todo lo que contiene, incluyéndonos a nosotros mismos. 


Todo está vivo, todo tiene su espíritu (ríos, montañas, situaciones, personas, objetos, casas…) el lado material de la vida sólo es su cara física, la más superficial y aparente y, sin embargo, la única que muchos consideran real viviendo así una existencia amputada, mezquina; tratando de sustituir, inútilmente, todo lo cercenado. El tesoro que contiene lo que la vida occidental ha olvidado, empeñada en la destructiva actitud de creer incompatibles el alma y el cuerpo, lo lógico y lo mágico, la tecnología y el espíritu, cuando son necesaria, profundamente complementarios.

No se trata de elegir sino de fundir. Puedes amar los árboles y también los conciertos, el cine y las luces de neón. Todo ello te pone en contacto con tu alma y el alma de las cosas. Se trata de vivir cada momento lo que más feliz te haga y la libertad siempre está presente en el camino con corazón, ese que es una gozada recorrer y con el que te sientes uno.  (Abajo la peli completa que he encontrado en Youtube)






Sin embargo me da la sensación de que hay malentendidos letales en la idea de progreso. Progresar debería ser lo que nos hace más libres, más felices. Pero hay en la tecnología y el consumismo (comprar lo que no necesitamos dejándonos engañar con la promesa de que nos hará felices) una trampa que encadena. Es estupendo tener un ordenador si lo necesitas para tu trabajo, para investigar, para escribirte con la gente, o hablar con ella… Es una cadena que te esclaviza si lo usas por aburrimiento, o si no paras de comprar accesorios innecesarios, sólo porque los anuncian como la última innovación y tú obedeces ciegamente la falacia del anuncio. Es maravilloso comprarte lo que necesitas, es esclavitud hacerlo por motivos tramposos de una visión del mundo mercantilista. Si no quiero para nada la oferta de un supermercado ¿qué sentido tiene comprártela sólo porque es más barato? El colmo de esa actitud sin sentido me ocurrió una vez, a la puerta de un concierto. Pasaba por la puerta y una señora me ofreció gratis la entrada que le sobraba. Cuando yo pregunté qué concierto era se sorprendió, diciéndome: “Pero si te la regalo…” y a mí me asombró que no entendiera mi pregunta. Para ella era normal aceptar algo gratis aunque no te gustara, aunque perdieras dos o tres horas preciosas de tu tiempo en algo que no tenía nada que ver contigo.

Luego están los valores prioritarios. Para unos sólo existe lo material, jamás se cuestionan su vida íntima, incluso es algo en lo que jamás piensan porque es ir a la base de sus problemas, así que para ellos la vida sólo consiste en ganar dinero para comer y pasárselo bien con distracciones pequeñas, fugaces, limitadas, finalmente olvidables, o incluso aburridas. Afortunadamente están los amantes del amor, los idealistas, los generosos, los curiosos, los inquietos, los soñadores, los indomables… Los que nunca abandonan a su niño interior, donde reside lo mejor de cada uno, la fuente de lo creativo, del juego, del corazón, de la magia. Y aquí enlazo con la vida “primitiva”. Repito, compatible con cualquier aparato que nos haga más libres, incompatible con cadenas. Las más escondidas suelen ser las interiores. Por eso el desechar los sueños, ese cuaderno de bitácora con sus mensajes inconscientes sobre nuestra alma, para quedarnos con nuestros viejos personajes. Evitar conocernos para así practicar la inútil actitud de echar culpas al mundo, o por el contrario culparnos ciegamente justificando siempre a los demás. Ambas actitudes nos impiden ser libres, además de amputar la posibilidad de comunicarnos, y son creadoras incesantes de malentendidos, confusión, cadenas. El mundo entonces se vive como una carga incomprensible, en lugar de una aventura constante de exploración y descubrimiento. Lo laberíntico del mundo molesta, en lugar de estimular y fascinar. Y en el caso más extremo todo se banaliza y la vida cada vez es más estrecha y enjaulada.


Esta película de John Boorman cuenta un caso real muy significativo, lleno de hilos que seguir, de planos que investigar. El hijo de un ingeniero brasileño (dcha foto), de unos tres o cuatro años, se pierde en el borde de la selva cuando ha ido con el resto de su familia a ver el lugar del próximo proyecto de su padre, una presa hidráulica, y aunque lo buscan durante mucho tiempo, nunca lo encuentran. En realidad lo ha recogido un grupo de indios, que lo adopta como uno más de la tribu, y a lo largo de la historia vemos lo cómodo y feliz que crece el niño occidental entre los indios amazónicos. Su padre lo sabrá al encontrarse con su hijo, muchos años después, cuando ya es un adolescente.


Lloré viendo cómo arrancaban los árboles  de la selva los "civilizados" de turno, en nombre de un supuesto progreso que no es más que una letal falacia, para construir en su lugar cualquier cosa, siempre más espantosa e inútil en comparación. Yo lloro de pena con esas cosas. Y me emociono con lágrimas de alegría ante la proximidad de lo imposible, la belleza salvaje, lo implacable y fascinante del Misterio, lo laberíntico del alma humana, la amistad, el espíritu de los árboles, la lealtad (eso que es contrario a cualquier tipo de formalismo, o de silencio acomodaticio, o de cobardía, o de pasividad). A la gente le molesta o le extraña que llore por esas cosas, pero es que me he sentido desde niña justo en el caso opuesto al que sucedió en Brasil. Me siento como un indio arrebatado de su selva, creciendo angustiada y extranjera entre hombres blancos europeos. Esto mosquea todavía más, la gente cree que nadie puede sentir así. Muchos piensan que la gente y la vida son simples y catalogables, son los que no creen en personas sino en funciones.



Alucinante la escena del viaje chamánico guiado por su espíritu animal paralelo (el mundo es un universo de infinitas correspondencias), que despierta dentro de uno al invocarle, tomando temporalmente las riendas de los sentidos y el cuerpo. Fundirse con él... Los sueños y sus mensajes, la magia de las pinturas rituales, la del grito y el sonido (ese inquietante canto-respiración de la tribu de los hombres feroces, uno de los sonidos más amenazantes y enervantes que pueden escucharse). La base de todo ello es querer ser consciente de nuestra propia vida, separando actitudes o decisiones causadas por el efecto del mundo sobre nosotros, más o menos doloroso, de aquello nuestro que siempre ha surgido espontáneamente, y por lo tanto actuar sobre ella, en lugar de soportarla ciega, pasivamente.


Las plantas sagradas se toman en momentos especiales, para tomar contacto con el lado espiritual donde residen las soluciones apropiadas a cada cual. Los sueños son respetados como otra manera de comunicarse con el lado sabio de la vida. En la tribu se cuentan los sueños y los personajes que salen en ellos llegan a ser conocidos por todos, parte de la ‘familia’ humana. Por eso el padre del niño, con el que ha soñado de vez en cuando a lo largo de su infancia, es conocido y respetado por el resto de la tribu. Y es la razón por la que no dispara la flecha de su arco (arriba foto), cuando siendo adolescente se encuentra con su padre en una cascada. De pronto le reconoce como un personaje de sus sueños y así vuelven a encontrarse después de muchos años. Sin embargo el chico sigue eligiendo su vida, con la tribu, aunque llega a visitar a su antigua ‘familia’, en otra escena en la que escala el edificio donde viven y entra por la terraza.



Es su propio padre el que toma conciencia de lo destructivo de su obra hidráulica, que destruirá selva y con ella animales y con ellos, indios y con ellos el alama del mundo. Las tribus se llaman a sí mismas con el nombre que las define. La tribu del chico son ‘los hombres invisibles’ porque con sus fascinantes pinturas se mimetizan por completo con los árboles de la selva. Y a los hombres blancos destructores de vida les llamas ‘Los termitas’. Invocando al espíritu de las ranas la tribu les incitará a croar fuertemente, porque eso invocará a su vez lluvia torrencial y la lluvia hará crecer la gran serpiente viva del río Amazonas y no existirá obra humana de ‘los termitas’ que resista su fiereza desatada.

Y las ranas cantarán... Pero entendiendo el mensaje, el ingeniero decide adelantarse al río y destruye su obra con sus propias manos, volando la presa. Liberador. Glorioso... Lo que se siente en ese momento es que ha triunfado el progreso de verdad.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Has escrito tú todo el texto de arriba?, creo que sí, solo quería decir que tiene una profundidad y una extraña modernidad que no se explicar, pero que parece que sean pensamientos propios que afloran de golpe leídos en un blog mientras espero a que me llegue la inspiración para seguir con la batalla del día a día.
La peli además de la forma magistral en la que has sintetizado su esencia, pinta bastante bien y solo me sonaba su nombre (el cual también me gusta).
No sé si biene a cuento toda esta parrafada o qué, pero no me la he querido ahorrar, para bien o para mal...