Por Tesa Vigal
A
partir de una película inolvidable: ‘La
selva esmeralda’, John Boorman.
O
la liberación de lo secundario y lo sustitutorio. Cuando desaparecen los
algodones de lo artificial con su ilusoria seguridad y uno se queda cara a
cara, piel con piel con la naturaleza propia y con la externa, con el gran
Misterio. Esa es la atracción que ejerce el tipo de vida "primitivo"
(aquí usaré esta palabra en el sentido de primigenio, no en el sentido
peyorativo). No porque todo lo arcaico
sea bueno, sino porque contiene un tesoro perdido: el contacto con el alma del
mundo y todo lo que contiene, incluyéndonos a nosotros mismos.
Todo está vivo,
todo tiene su espíritu (ríos, montañas, situaciones, personas, objetos, casas…)
el lado material de la vida sólo es su cara física, la más superficial y
aparente y, sin embargo, la única que muchos consideran real viviendo así una
existencia amputada, mezquina; tratando de sustituir, inútilmente, todo lo
cercenado. El tesoro que contiene lo que la vida occidental ha olvidado,
empeñada en la destructiva actitud de creer incompatibles el alma y el cuerpo,
lo lógico y lo mágico, la tecnología y el espíritu, cuando son necesaria,
profundamente complementarios.
Sin
embargo me da la sensación de que hay malentendidos letales en la idea de
progreso. Progresar debería ser lo que nos hace más libres, más felices. Pero
hay en la tecnología y el consumismo (comprar lo que no necesitamos dejándonos engañar con la promesa de que nos hará
felices) una trampa que encadena. Es estupendo tener un ordenador si lo
necesitas para tu trabajo, para investigar, para escribirte con la gente, o
hablar con ella… Es una cadena que te esclaviza si lo usas por aburrimiento, o si
no paras de comprar accesorios innecesarios, sólo porque los anuncian como la última
innovación y tú obedeces ciegamente la falacia del anuncio. Es maravilloso
comprarte lo que necesitas, es esclavitud hacerlo por motivos tramposos de una
visión del mundo mercantilista. Si no quiero para nada la oferta de un
supermercado ¿qué sentido tiene comprártela sólo porque es más barato? El colmo
de esa actitud sin sentido me ocurrió una vez, a la puerta de un concierto. Pasaba
por la puerta y una señora me ofreció gratis la entrada que le sobraba. Cuando
yo pregunté qué concierto era se sorprendió, diciéndome: “Pero si te la regalo…”
y a mí me asombró que no entendiera mi pregunta. Para ella era normal aceptar
algo gratis aunque no te gustara, aunque perdieras dos o tres horas preciosas
de tu tiempo en algo que no tenía nada que ver contigo.
Esta
película de John Boorman cuenta un caso real muy significativo, lleno de hilos
que seguir, de planos que investigar. El hijo de un ingeniero brasileño (dcha foto), de
unos tres o cuatro años, se pierde en el borde de la selva cuando ha ido con el
resto de su familia a ver el lugar del próximo proyecto de su padre, una presa
hidráulica, y aunque lo buscan durante mucho tiempo, nunca lo encuentran. En
realidad lo ha recogido un grupo de indios, que lo adopta como uno más de la
tribu, y a lo largo de la historia vemos lo cómodo y feliz que crece el niño
occidental entre los indios amazónicos. Su padre lo sabrá al encontrarse con su
hijo, muchos años después, cuando ya es un adolescente.
Lloré
viendo cómo arrancaban los árboles de la
selva los "civilizados" de turno, en nombre de un supuesto progreso
que no es más que una letal falacia, para construir en su lugar cualquier cosa,
siempre más espantosa e inútil en comparación. Yo lloro de pena con esas cosas.
Y me emociono con lágrimas de alegría ante la proximidad de lo imposible, la
belleza salvaje, lo implacable y fascinante del Misterio, lo laberíntico del
alma humana, la amistad, el espíritu de los árboles, la lealtad (eso que es
contrario a cualquier tipo de formalismo, o de silencio acomodaticio, o de
cobardía, o de pasividad). A la gente le molesta o le extraña que llore por
esas cosas, pero es que me he sentido desde niña justo en el caso opuesto al
que sucedió en Brasil. Me siento como un indio arrebatado de su selva,
creciendo angustiada y extranjera entre hombres blancos europeos. Esto mosquea
todavía más, la gente cree que nadie puede sentir así. Muchos piensan que la
gente y la vida son simples y catalogables, son los que no creen en personas
sino en funciones.
Alucinante
la escena del viaje chamánico guiado por su espíritu animal paralelo (el mundo
es un universo de infinitas correspondencias), que despierta dentro de uno al
invocarle, tomando temporalmente las riendas de los sentidos y el cuerpo. Fundirse
con él... Los sueños y sus mensajes, la magia de las pinturas rituales, la del
grito y el sonido (ese inquietante canto-respiración de la tribu de los hombres
feroces, uno de los sonidos más amenazantes y enervantes que pueden escucharse).
La base de todo ello es querer ser consciente de nuestra propia vida, separando
actitudes o decisiones causadas por el efecto del mundo sobre nosotros, más o
menos doloroso, de aquello nuestro que siempre ha surgido espontáneamente, y
por lo tanto actuar sobre ella, en lugar de soportarla ciega, pasivamente.
Las
plantas sagradas se toman en momentos especiales, para tomar contacto con el
lado espiritual donde residen las soluciones apropiadas a cada cual. Los sueños
son respetados como otra manera de comunicarse con el lado sabio de la vida. En
la tribu se cuentan los sueños y los personajes que salen en ellos llegan a ser
conocidos por todos, parte de la ‘familia’ humana. Por eso el padre del niño,
con el que ha soñado de vez en cuando a lo largo de su infancia, es conocido y
respetado por el resto de la tribu. Y es la razón por la que no dispara la
flecha de su arco (arriba foto), cuando siendo adolescente se encuentra con su padre en una
cascada. De pronto le reconoce como un personaje de sus sueños y así vuelven a
encontrarse después de muchos años. Sin embargo el chico sigue eligiendo su
vida, con la tribu, aunque llega a visitar a su antigua ‘familia’, en otra
escena en la que escala el edificio donde viven y entra por la terraza.
Es
su propio padre el que toma conciencia de lo destructivo de su obra hidráulica,
que destruirá selva y con ella animales y con ellos, indios y con ellos el
alama del mundo. Las tribus se llaman a sí mismas con el nombre que las define.
La tribu del chico son ‘los hombres invisibles’ porque con sus fascinantes
pinturas se mimetizan por completo con los árboles de la selva. Y a los hombres
blancos destructores de vida les llamas ‘Los termitas’. Invocando al espíritu
de las ranas la tribu les incitará a croar fuertemente, porque eso invocará a
su vez lluvia torrencial y la lluvia hará crecer la gran serpiente viva del río
Amazonas y no existirá obra humana de ‘los termitas’ que resista su fiereza
desatada.
1 comentario:
Has escrito tú todo el texto de arriba?, creo que sí, solo quería decir que tiene una profundidad y una extraña modernidad que no se explicar, pero que parece que sean pensamientos propios que afloran de golpe leídos en un blog mientras espero a que me llegue la inspiración para seguir con la batalla del día a día.
La peli además de la forma magistral en la que has sintetizado su esencia, pinta bastante bien y solo me sonaba su nombre (el cual también me gusta).
No sé si biene a cuento toda esta parrafada o qué, pero no me la he querido ahorrar, para bien o para mal...
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