viernes, 2 de diciembre de 2011

Arrebato de Iván Zulueta


Por Tesa Vigal
Hace poco he vuelto a verla en el cine Bellas artes. Y como es una película que me emociona, me resultó doloroso que a la gente que me acompañaba no le gustara nada. Me sentí rechazada porque rechazaban ese lado mío, cosa que no hubiera ocurrido si la película no hubiera sido tan personal para mí. 

También traté de explicar que no se trataba de que ellos o yo la “entendieran” y los demás no. El arte no se tiene que “entender”, aunque es interesante conocer si es posible la visión del artista. Se trata del efecto sobre cada espectador, o lector, todos igual de valiosos porque las diferencias no implican para mí jerarquías, son sólo diferencias. Lo que me interesa es comprender todo lo que pueda cada diferente visión, aunque no la comparta y que se entienda la mía por muy distinta que sea. Ya sé que es difícil, pero sólo el intento ya genera debates interesantes. Lo malo es cuando domina la incomunicación y se descalifica emocionalmente algo que no compartimos.


Lo que viene a continuación es, por lo tanto, mi visión personal sobre la película, lo que a mí me sugiere y las muchas emociones que me produce.  

A mi modo de ver es una película tan profundamente original (es decir no sólo en su apariencia) que a pesar de algunas irregularidades o fallos, como por ejemplo su plano final, que pierde el intenso sentido que tenía toda la escena, como si Zulueta no supiera como rematarla, es tanta la intensidad y urgencia del tema tratado (¿la naturaleza de lo creativo…?) que puede con todo lo demás. Y lo perdono y lo rescato porque esa torpeza infantil me trasmite vulnerabilidad, imaginación, hondo buceo, como si el mismo Pedro (interpretado de manera única por Will More, un personaje de la Malasaña de la época, de quien la leyenda cuenta que murió o simplemente desapareció…) y su ludismo desatado, fuese el autor de esta historia.

Ese remitir constante a una historia dentro de otra, a un tipo de experiencia dentro de otra, ya es por sí mismo significativo del efecto y el motor de esta historia tan singular.

Un director de cine, en crisis personal y creativa, recibe un paquete que contiene una película y una cinta con la voz de un conocido a quien hace tiempo que no ve. Un chico obsesionado con el cine, mejor dicho con la creación. La esencia de lo creativo, o como él lo llama "la pausa".

En el primer encuentro pregunta al director qué sabe sobre la pausa y ante la expresión interrogativa del otro, y enseñándole un álbum de cromos, le explica que se refiere al  instante eterno en que uno se arrebata, desaparece... A esos momentos, frecuentes en la infancia, en que mirando un cromo puede pasar una mañana entera, la eternidad, porque uno está arrebatado. Pero añade cerrando el álbum: "Bueno, pues nada de recuerditos. Aquí y ahora".

Este es el origen y la meta de esta insólita película que fascina bordeando lo hipnótico: la esencia de lo creativo. Porque cuando se crea se desaparece y el mundo que está siendo invocado se materializa. Uno se conecta a no sé sabe qué y se convierte en un mero instrumento.

Me parece que no sólo es una reflexión, pues sólo con la mente no se crea, sino pasión y conexión con el inconsciente, personal y/o colectivo. Pues es de allí de donde surge el arrebato, la inspiración. Creo que el arte no habla de los datos de la vida (de eso se ocupa el periodismo) sino que bucea en su esencia. Recuerdo una frase de Henry Miller hablando sobre la poesía, en concreto respondiendo a la idea limitada que algunos tienen de la poesía como algo que vuelve más “bonita” la realidad: “La poesía no sólo no desvirtúa la realidad sino que habla de su esencia”.          



Hay un paralelismo con la posesión, y con el arrebato provocado por las drogas y aquí viene al pelo una frase de Artaud: "El cine tiene, sobre todo, la virtud de un veneno directo, una inyección subcutánea de morfina. Por todo esto, el objeto del film no puede ser inferior a su poder de acción, y debe participar de lo maravilloso". Y como con las drogas, presentes en la película, en el arte se sustituye una realidad por otra, sólo que en el arte esa realidad es una verdad mucho más profunda. Como decía Orson Welles: "El arte es una mentira que sirve para contar la verdad".

Y hay una cámara rebelde y devoradora, que se pone en marcha cuando quiere, perfecto paralelismo con la inspiración. Y esa cámara interactúa también con lo que filma, que aparte de ser algo vivo (cada vez más fotogramas en rojo en la película que recibe en el paquete) es algo que adquiere vida propia que empieza a relacionarse con su creador. Como en "Remando al viento" de Gonzalo Suárez donde la criatura creada-invocada (Frankenstein) no sólo se relaciona con su creador dentro de la propia obra (allí una novela) sino fuera de ella, en la vida del artista. La nueva realidad se materializa primero en el interior del artista y luego en el exterior. Trance, el otro lado del espejo...  Por cierto este director español tiene una frase que recuerda a la anterior citada de Orson Welles: “Prefiero crear mentiras de verdad que verdades de mentira”.                                

La condición, la actitud del artista me recuerda a la de un místico, un chamán, o un mago. Todos ellos son profundamente espirituales (que no religiosos, pues la religión institucionalizada es opuesta a lo espiritual). Y crear no es tener ni pensar en algo, es ser, es invocar. Y sólo se es desapareciendo, dejándose hacer. Crear es dejar materializarse al mundo que quiere surgir y ese mágico proceso es lo que lo convierte en algo excepcional, independientemente de su tema, incluso cuando éste es en apariencia cotidiano, porque crear es una viaje transdimensional.

Para mí eso es lo que diferencia al arte de cualquier otra expresión. Se me ocurre otra frase de Truman Capote: “Entre la gente que escribe, están los escritores y están los artistas”. Muchos confunden los términos porque no sienten la diferencia y no la sienten porque hace mucho tiempo que algo les arrebató. Pedro, el personaje poseído detonador de esta historia, hubiera dicho: “no vuelan”.

La obra artística tiene ese efecto: arrebata a sus receptores igual que a su creador, pero no en todos provoca esa reacción, se tiene que conservar esa cualidad infantil y no todos la mantienen activa, ni todos los momentos son propicios, aunque de forma más o menos indirecta, todos la añoramos.

Película inolvidable. El arte me parece cosa de viajeros, no de turistas.







    


    




1 comentario:

Nadie en especial dijo...

Arrebato es un peliculón, un placer leer tu opinión(ese enunciado de "El arte me parece cosa de viajeros, no de turistas." es simplemente genial). En general, y aunque apenas he leído un par de entradas, me ha gustado bastante tu blog.

Siempre es grato conocer personas tan lucidas, más aún si tienen tan buen gusto ;) .

Saludos